GASTRONOMÍA Y CABALLOS. (Primera Parte) (por Peine de los Vientos)
Foro A Galopar & Turfinternet, 25/01/2005

La cocina madrileña ha vivido una impresionante evolución a lo largo del siglo que ya hemos dejado atrás. Aunque sólo fuera a causa de sus muy inferiores dimensiones y su mucho más reducida población, los hábitos gastronómicos eran muy diferentes en aquel Madrid de comienzos del siglo XX. Algunos años más tarde, en el año 1917, el caballo “Epsilon” ganaba en la carrera inaugural en Barcelona con su propietario, el Gentleman Adolfo Botín. Diez años más tarde, “ Colindres”, se adjudicaba el Gran Premio de Madrid con monta de C. Belmonte en un tiempo de 2´45´´ con un campo de doce participantes sobre 2.500 metros.
No había apenas restaurantes en aquel proyecto de urbe que por entonces era Madrid porque las clases populares ya pasaban dificultades para comer en casa. Sólo la burguesía más ilustrada y algún que otro intelectual despistado se dejaba caer por el histórico Lhardy o por alguno de aquellos sacrosantos cafés, como el Fornos o el Suizo, donde, en un momento dado, podían llegar a servir algo caliente. No obstante, en la capital ya comenzaba a entrar buen género, lo que se convertiría en una de sus características posteriores. Ya se veían funcionar a pleno rendimiento mercados como los del Carmen, la Cebada, San Vicente, o los Mostenses. Eran también los tiempos en los que Ramón Gómez de la Serna iba aficionando a sus amigos y conocidos al buen yantar, y creando la figura de la tertulia gastronómica, muy popular años más tarde, en especial en el Pombo de la calle Carretas. Y más tarde la de Julio Camba, en Casa Ciríaco y, con alguna excepción, en Cirilo.

Lhardy, fundado por Emilio Lhardy en 1839. Su hijo Agustín y su nieto, Adolfo Temes, con algunos colaboradores que hoy son copropietarios del negocio, han sabido mantener el estilo propio de su fundador, con las innovaciones pertinentes que los actuales tiempos requieren, llegando a encabezar la lista de los primeros en el sector. Toda una larga trayectoria en Madrid, desde la época de “Cúchares”, pasando por la inauguración de la Gran Vía o el propio Metro, y un sin fin de acontecimientos. Aún así, Lhardy sigue conservando la atmósfera de aquellos tiempos, como aquel banquete surrealista que se celebró en el año 1922 en el que pudieron degustarse platos con la rotundidad del Timbal de Filetes de Lenguado Nantua, Medallones de Merluza de Bermeo, Silla de Cordero del Primer Constante y, como postre, Tocinitos de Cielo y Caprichos de la Casa, y después, las tertulias, que se cerraban con las gloriosas borracheras del tiempo entre gastrónomos y poetas.

Por aquella época aparecieron algunas revistas de caballos entre las que hay que resaltar Lasarte, fundada y dirigida por el técnico Héctor Licudi. Algunos entusiastas más le acompañaban en la difícil labor de editar una revista como el inolvidable Francisco Cadenas, (Eclipse), al que tuve la suerte de que me lo presentara mi padre. Con él entablé una cierta amistad durante muchos años y le compré todas sus colecciones de revistas. Eran unos tomos encuadernados en piel que contenían ejemplares de revistas deportivas de principios del siglo XX, españolas, como Hipódromo y el Heraldo Deportivo, y también francesas e inglesas, como The illustrated Sporting and Dramatic News. Aún hoy esos pesados tomos ocupan mi librería porque en ellos está escrita una parte de la Historia del Turf.

En los ambientes exquisitos comenzaba a imponerse cierta guía de corte francés, que contrastaba de forma radical con las penurias a las que se tenía que enfrentar la mayoría de la población. En la década de los veinte comenzó a extenderse por la ciudad el amor hacia la cocina vasca, tal vez, porque fueron muchas las gentes que procedentes del Norte, impregnaron el alma de Madrid. Comienza así la fama de esta urbe de aglutinar, en sus diversas calles, las mejores formulaciones de la cocina regional. Y nace también ese cierto chauvinismo madrileño puesto de moda por algún pomposo erudito, según el cual, “En ninguna parte se come tan bien como aquí”.

También en estos años previos a la Guerra Civil se asiste al máximo esplendor de la taberna. Se llegó a censar “Doscientos ochenta y cuatro locales diseminados por los diferentes distritos del Municipio”.

En plena conflagración abrirían sus puertas Salvador y El Anarquista, cerca de la Glorieta de Bilbao, con su dueño Antón al frente. Lo recuerdo, años después de la guerra, preparando unas judías blancas con perdiz por la módica cantidad de trescientas pesetas. De vez en cuando, se sentía espléndido y aflojaba algún durillo para que se lo jugásemos de ganador al favorito de la prueba. No le gustaba arriesgar demasiado.

De aquellos años también recuerdo La Argentina, en la calle Gravina. El Plato de la Casa eran los Huevos Rellenos Escalfados. Hasta hace algunos años estaba regentada por su propietario, Pepón, un argentino de pro, muy amigo del que escribe estas notas, gran aficionado a los caballos, y propietario importante de Galgos. Siempre andaba enredando con la posibilidad de encontrar sistemas nuevos para cazar la ansiada Quíntuple, que se le resistía permanentemente con su sistema de juego. Sobre todo cuando fijaba a Carudel, que solía meterle en el cesto más de una vez.

En la posguerra se recupera la tradición del Vermouth y de las tapas cuyos santuarios de lujo eran el Ritz y el Pálace, los dos grandes hoteles abiertos en la segunda década del siglo. Luego el Vermouth sería sustituido por el Martini, el Whisky o el Cava. Pepe Blanco se convierte en el gran propagandista de la cocina local con su famoso Cocidito Madrileño, reivindicación del plato número uno de la Villa y Corte. Se trataba del alimento principal para la mesocracia y para el pueblo llano pero terminó llegando a los corredores aristocráticos. Se cuenta que el General Primo de Rivera organizaba una vez por semana un cocido en el Café Castilla al que invitaba a todas las personalidades de su Gobierno.

También fueron famosos los cocidos de Lhardy y los de una recoleta casa llamada La Bola, y muchos sesudos investigadores aportaron brillantes interpretaciones sobre las esencias del garbanzo. Inolvidable también, el cocido del “viejo” Valentín.

IMAGENES:

Taberna La Zamorana: Buen vino y mejores tapas.

Hotel Ritz: Buen sitio para tomar una copa en cualquier momento.

Tertulia en Pombo: Poetas y escritores se han reunido durante muchos años, celebrando sus éxitos y fracasos.

Restaurante Horcher: Platos de inmejorable presentación y calidad.

Casa Paco: Excelentes pinchos,con especialidad en los de queso

Restaurante Jockey: Una delicia de platos, cocinados con suprema delicadeza.

Sobrino: Morcillas y Callos de primera.

L´Hardy: La historia en sí, consomés y canapés de difícil comparación, sin olvidar su "Genial" cocido.