La transición y La Zarzuela (por Dario)
Foro A Galopar & Turfinternet, 13/08/2005

Hola. Lo primero que quería es agradecer, más incluso que felicitar, el libro "Campeones" a sus autores. A mi me han hecho feliz y me lo he regalado en mi 40 cumpleaños, y ha sido muy bonito recordar los viejos tiempos. Comentaré el libro en otro mensaje pero ahora me llama la curiosidad que se esté publicitando el libro como "las carreras de la democracia".

Dios me libre de querer hablar de política en este foro, más bien algún pequeño apunte histórico. El hipódromo fue, ya en los setenta, una especie de "reino de opereta" en el que se podía ser un poco rojillo y al mismo tiempo acólito de las cuadras de nobles antañones como Villapadierna y miembros de la alta burguesía -la oligarquía, que se decía en otros ambientes- como Beamonte y Blasco, o del nuevo dinero, como Mendoza. Los triunfos se brindaban con champán en la elegante cafetería de socios pero se concelebraban con el aplauso de los aficionados de tribuna y general. Era aquello una especie de Oz al margen del tiempo y de los cambios del exterior, que durante un tiempo se sostuvo paralelamente a la España de la Transición. No hay que olvidar que tras la muerte de Franco se celebró durante algunos años 'su' carrera con el nombre de Generalisimo, con lo que eso suponía, antes de pasar a llamarse Capitan general Franco, que aunque en aquellos tiempos tenía su miga, era otr!
a cosa. Claro, que si en los 40 había un Memorial Duque de Toledo... ¿Por qué no podía el hipódromo seguir viviendo a su ritmo?

Yo creo que aquello comenzó a acabarse, más que con la muerte de Villapadierna y Beamonte, con la de Blasco. Blasco estaba destinado a ser 'nuestro' Carrero Blanco, el que posibilitara una transición dentro de unos límites. Su desaparición fue más trágica aún cuando Mendoza -que fue quien realmente inició la transición, pero no en el 75, sino ya en los ochenta- se desinteresó por las carreras y las entregó a los representantes de la cultura del pelotazo. Y de ahí a ahora.

La democracia y el hipódromo no han llegado a entenderse. Es normal, porque supongo que para muchos sería un reducto de la vieja oligarquía; recuerdo vagamente aquella polémica del gabinete socialista con el premio Presidente del Gobierno... Si, también recuerdo a Tierno entregando copas, pero es que estaba ya en una edad y en una nube de popularidad que ya le daba lo mismo ir a los caballos que dedicarle una plaza a John Lennox. También el fútbol, opio del pueblo, tuvo que reconvertirse, tras pasar años muy duros. Por cierto, que lo ha hecho a base de existir como algo muy diferente a lo que era, y no sé si me gustaría lo mismo para el hipódromo. En fin, no se a donde quiero llegar. Simplemente me llamaba la atención la relación entre carreras y periodo democratico, que no ha sido facil. Espero que a partir de octubre tengtamos ese hipodromo de sustrato ampliamente popular, en todos sus ambitos, que todos deseamos.


Respuestas

Sociología histórica en las carreras españolas (por Sansovino) - 14/08/2005
He leído ya el imprescindible libro "Campeones 1975-2004" y no me parece que ni en sus páginas ni en los comentarios ad hoc, se esté "publicitando" el último período democrático de la historia de España; el libro simplemente se ocupa de las carreras españolas en ese período, pero es por pura casualidad: Como explican los autores una de sus intenciones era dar continuidad a otro excelente libro que se publicó en 1975 sobre las carreras del período 1941-1974. Si ese primer libro que se titulaba "Un tercio de siglo" se hubiera quedado en 1970, seguramente "Campeones" se habría ocupado también de las carreras de los últimos años de la dictadura, recordando a los inolvidables Donagua, Terborch, Travertine, etc. No me parece que el libro pretenda ni en un solo de sus párrafos establecer una conexión con épocas o circunstancias políticas y sociológicas.

Sin embargo el tema es interesante en sí y al hilo del mensaje de Darío me gustaría hacer algunos comentarios históricos, con interpretaciones de las que quizá otros disentís y quizá sirvan para establecer un pequeño coloquio sobre el tema. La lástima es que es una cuestión para tratar largamente y este foro dedicado sobre todo a la actualidad de las carreras no es probablemente el lugar más apropiado.

En primer lugar, y en contra del falso tópico de su elitismo, en España las carreras han tenido desde hace muchísimo tiempo una gran base de afición popular, restringida desde luego a los pocos hipódromos que han funcionado con continuidad en el país, pero muy intensa en esos pocos núcleos. Y no es algo que comenzara ni en la democracia ni en la dictadura, sino bastante antes de la guerra civil. Desde luego ese es al menos el caso de Madrid, que es el que mejor conozco. Los llenos que registraba el viejo hipódromo de La Castellana en los años veinte y treinta del pasado siglo no se producían desde luego por una concentración general de aristócratas. Los más viejos recuerdan los tranvías abarrotados de la línea de tranvía La Bombilla-hipódromo con la gente colgada de los estribos y todavía hoy un kiosko junto a Nuevos Ministerios llamado "del hipódromo".

Con La Zarzuela sucedió lo mismo. Los llenos de los años sesenta y setenta eran impresionantes, e inusitados en otros países europeos salvo en jornadas clave. Una buena parte de los aficionados provenía de dos barrios nada elitistas de Madrid donde las carreras eran parte del ambiente: Argüelles, el barrio de los estudiantes y Aravaca, el antiguo pueblo de la Cuesta de las Perdices, donde vivían los jockeys, mozos y preparadores. Los domingos después de la comida una larga fila de aficionados hacia cola frente al Ministerio del Aire para abordar los autobuses al hipódromo, que se llenaban cada dos minutos. En los bares de Argüelles y Aravaca se vendían los programas y en algunos se podía jugar la Quíntuple y la Triple Gemela. Estudiantes enganchados a las carreras madrugaban para acudir a los entrenamientos o volvían a pie del hipódromo, tras invertir en la última carrera el dinero del autobús. Ramón Mendoza, por ejemplo, inició así su afición en aquellos años de la posguerra.

Igual ha sucedido históricamente en Lasarte, con una afición entusiasta y mayoritariamente joven, que desgraciadamente ha disminuido en los últimos tiempos. Con la excepción del Reino Unido es difícil encontrar en los recintos europeos una afición tan popular y entregada como la de los escasos hipódromos españoles y a quienes no lo crean les recomiendo comprobar lo desangelada que resulta una tarde de carreras en Longchamp, Saint Cloud, Baden-Baden o Capanelle salvo el día del Arco de Triunfo y algunos pocos más. Gestos como el aplauso cerrado al ganador a su vuelta a balanzas o los silbidos cuando el galope es lento en el primer paso ante las tribunas, resultan exóticos en esos hipódromos, aunque disfruten de carreras de más alto nivel.

La otra observación histórica es que, en contraste con la base de afición popular a nuestras carreras, la clase dirigente o potentada, la oligarquía en el término que ha escogido Darío en su mensaje, no ha estado ni mucho menos a esa altura, ni durante la dictadura ni durante la democracia y nuestras carreras han pagado su precio por ello. En primer lugar quería referirme a la aristocracia, que bajo el influjo de Alfonso XIII, decidido promotor del Turf durante su reinado, si participó de forma importante como propietarios y sostenedores de la actividad. Pero históricamente, y con honrosas excepciones, la nobleza en España ha mantenido escasa preocupación por las actividades públicas o culturales, algo más tradicional en la aristocracia del Reino Unido, y ha centrado su interés en asuntos más particulares. Posiblemente el mayor interés de bastabtes de ellos era situarse en la corte de un monarca tan aficionado al Turf, porque al llegar la República en 1931hubo una deserción!
general de su implicación en las carreras, llegando incluso a proponer la disolución de la Sociedad de Fomento. La situación fue salvada por el conde de la Dehesa de Velayos, que asumió la presidencia y negoció con las autoridades de la República la continuidad de las carreras en Madrid, ya que estaba próxima vencer la concesión de los terrenos del hipódromo de La Castellana.

Velayos era hijo del conde de Romanones, una de esas excepciones entre la nobleza española por su preocupación e implicación en los asuntos públicos. Consiguió el apoyo del primer ministro Azaña en cuyo partido, Acción Republicana, militaba otro título de la familia. Azaña reconocía la base popular de la afición al turf y acudió al hipódromo de La Castellana cuando ya presidía el Consejo de Ministros. Fue así como el gobierno de la República tomó la decisión de crear el hipódromo de La Zarzuela y financiar su construcción, que estaba ya avanzada cuando estalló la guerra. Puede ser casualidad, pero esa tradición heterodoxa entre la nobleza española de Romanones y familia quizá tenga que ver con que sean también de los escasos aristócratas que han mantenido durante largo tiempo una cuadra de carreras. Todos los títulos que eran propietarios en la época de protección de Alfonso XIII, fueron desapareciendo de los programas, la mayoría ya antes de la guerra. La única excepción ah!
ora y perdón si me equivoco, es el ducado de Alburquerque, una excepción excepcional.

Este mensaje se hace ya muy largo y si me lo permitís continuaré en otro momento con opiniones sobre el asunto a partir de 1940.