Evocación en vísperas del Arco: de Nouvel An a Nikellora, pasando por Raita (por Manuel de Luque)
Foro A Galopar & Turfinternet, 01/10/2005

No hay para mí carrera como el Derby de Epsom pero, efectivamente, como señalaba Orígenes en las oportunas y bonitas notas publicadas en el foro hace unos días, para buena parte de la afición española es el Prix de l’Arc de Triomphe la prueba magna por excelencia del turf mundial.
Y a ello ha contribuido sin duda, como él señalaba de forma acertada, el hecho de que en las últimas décadas la gran carrera de Longchamp ha sido el Santo Grial para los propietarios españoles que contaban con ejemplares de calidad extraordinaria. Así, la Cuadra Rosales compitió con My Mourne y la inolvidable Teresa; la Cuadra Alborada, con la estupenda Volvoreta; Leopoldo Michelena, con el buen Califet, y Enrique Sarasola, con el gran Helissio y los notables Vert Amande y Partipral. No han faltado en esta aventura los buenos resultados, coronados por la apabullante (y agridulce, para los aficionados españoles) victoria de Helissio. Cabe decir por ello que el Arco es la única gran carrera lisa del calendario internacional en la que el turf español ha jugado un papel de cierta relevancia. En el juego de los obstáculos, el romance de Alburquerque y el Grand National, que abrió la puerta de la carrera a otros jinetes españoles, es también digno de mención.
Pero la conexión española con el Arco no empezó en 1972, el año de My Mourne, sino, y esto es quizá desconocido para muchos, el año 1920, año en que el Prix de l’Arc de Triomphe (para el que también se consideró el no menos pomposo nombre de Prix de la Victoire) se disputó por vez primera. Y es que aquel 3 de octubre se puso a las órdenes del juez de salida Nouvel An, el magnífico caballo francés del asociación Cimera Martorell que, como es bien sabido, ganó las tres primeras ediciones del Gran Premio de Madrid (1919, 1920 y 1921), gesta sólo reproducida después por Colindres y El País.
En aquel Arco de estreno corrieron trece, ganó el inglés Comrade (propiedad, no obstante, del gran criador francés Evremond de St. Alary) y Nouvel An corrió sin distinción pero sin desdoro: terminó octavo, montado por Bartholomew.
La cosa no quedó ahí. Al año siguiente, el caballo volvió a la carga en la gran prueba y, montado por Milton Henry, firmó una actuación similar, noveno de doce. El ganador de la prueba fue el primer gran campeón de la historia del Arco, el inmortal Ksar, que defendía los colores de Mme. Edmond Blanc, pero que había sido criado por el citado St. Alary.
(Al año siguiente Ksar volvió a ganar el Arco, culminando una maravillosa temporada en la que sólo sufrió una derrota: fue por corta cabeza en el Prix President de la Republique (actual Grand Prix de St. Cloud). Su verdugo, Kircubbin, un irlandés que era, a su vez, propiedad de un español; el Marqués de San Miguel. Kircubbin no corrió el Arco, seguramente porque en septiembre había venido a Lasarte a disputar el Gran Premio del Medio Millón.)
Antes de abandonar a Nouvel An, digamos que sus participaciones en el Arco no fueron apariciones aisladas en las pistas galas. Antes al contrario compitió en ellas con asiduidad y distinción: ganó allí tres carreras, entre ellas las notables Prix de Marechals y Prix Florian Kergorlay, y fue tercero del Grand Prix de Deauville. Castaño, criado por Paul Chedeville, formó parte de la avalancha de productos franceses que se desplazó a Lasarte huyendo de la Gran Guerra. Después de ganar su primera carrera, disputada cuando ya tenía 3 años, fue adquirido por el Conde de la Cimera y el Marqués de Martorell. Era hijo de Jacobi y Niche (Velásquez), y corrió 48 veces, con 30 victorias y 12 colocaciones.
La conexión española con el Arco, que se había iniciado de forma tan temprana, no se renueva hasta el año 1955, cuando es de la partida Arabian, un hijo de Norseman que defendía en Francia los colores de Ramón Beamonte, Caballo simplemente útil, se ganó el derecho a estar en la magna prueba al ganar de forma sorprendente el Prix Royal Oak (St.. Leger francés, que entonces se disputaba antes que el Arco). Terminó octavo de 18, montado por Deforge. El inigualable Ribot consiguió aquel año la primera de sus dos victorias en el Arco.
Y el nombre de Ramón Beamonte nos lleva al de la gran Raita, también glosado por Orígenes en su mensaje. Punto de partida de la mejor línea femenina de la historia de nuestras carreras, Raita llegó a España en 1953 llena de Rockefella y casi como el patito feo del espléndido lote de yeguas de cría que Beamonte importó a nuestro país para fundar su Yeguada Ipintza.. Rodeada en aquel grupo por hijas de Pharis y Asterus, esta hija del mucho más modesto Foxlight no parecía destinada a grandes cosas, pero de sus compañeras de viaje no se acuerda nadie y a ella le debemos, como se sabe, a Rheffissimo, Katimba, Manola, El Gaucho, Caray, Taoro, Bariloche, Lusitana, Razonable, Puertollano, Fado…A pesar de que la crisis de los últimos años ha arrasado las yeguadas españolas, todavía quedan algunas descendientes de esta espléndida yegua. Esperemos que sus propietarios sean dignos guardianes del tesoro que poseen.
Raita , digamos para terminar este largísimo mensaje, no era en ningún caso una cualquiera, y es casi impensable que hoy pudiera llegar a España una yegua con su historial : criada por el Haras de Corbière y nacida en 1942, a tres años ganó el Prix Penélope y fue segunda del Prix de Diane (a una cabeza) y del Prix Vermeille. En estas dos últimas carreras la batió Nikellora, que culminó su temporada, y cerramos así el círculo, ganando el primer Prix de l’Arc de Triomphe del París liberado.

Saludos