Fracaso (por Origenes)
Foro A Galopar & Turfinternet, 05/03/2006

Llevaba semanas rozando el larguero. Tras un estudio somero y aprovechando la información del foro y de las páginas web, había conseguido resultados sorprendentes, prometedores, casi rentables. Cuatro, o como mínimo tres aciertos, jornada tras jornada, sin bajarse del podium. Había llegado a pensar que su destierro hacia otras latitudes, que la pérdida de referencias y su voluntario alejamiento del mundo hípico no le había, como se temía, desprovisto de aquel toque mágico que un día tuvo sobre las apuestas.

Su capacidad por adivinar el porvenir, de leer en los hechos diarios el germen del futuro, parecían haber sido cosas del pasado, pero con la vuelta de las carreras y tras unos inicios dubitativos, pensaba haber retomado el pulso a la situación, a imaginar que los conocimientos adquiridos en tiempos pretéritos, eran ahora la llave perfecta para abrir la cerradura del éxito.

Ya el día anterior había recibido noticias inquietantes, signos inequívocos de que su suerte estaba cambiando, que la fuerza de las mareas era otra y la dirección del viento había cambiado. Tras un mes de cierta calma y acontecimientos festivos, negros nubarrones se cernían por el horizonte. Al principio quiso no hacer caso, pensar que eran simples fenómenos climatológicos, nada relacionada con el asunto; el giro de los acontecimientos no tenía porque afectarle a él.

Por eso se ubicó con deleite en el sofá. Teledeporte ofrecía las carreras en directo y eso le ponía en parte a salvo de las veleidades e incompetencia del locutor. La narración en directo anulaba cualquier posibilidad de que el resultado se anticipara en la alocución. Asistiría a su espectáculo favorito en óptimas condiciones.

Sin embargo, cuando en la primera carrera, los últimos caballos entraban en los cajones, tuvo un presentimiento, un escalofrío le recorrió la espalda, y el asunto se volvió tenebroso cuando uno de los pocos caballos que había descartado en esa carrera, tomó la punta con decisión, transmitiendo la inequívoca impresión, de que era el más capaz del lote.

El resto de la mañana se convirtió en una burla: caballos que se quedaban en la salida, o que incomprensiblemente viajaban en el furgón de cola a decenas de cuerpo de la vanguardia. Presuntos fijos que se comportaban como jamelgos, y caballos de clase actuando como potrillos en su primera actuación.

Por eso, cuando los participantes de la quinta de la mañana, permanecían inquietos junto a los cajones de salida, una mezcla de estupor y de profunda decepción habitaba en su cabeza. Ya no tenía nada que perder y por supuesto nada que ganar. Pero como siempre ocurre, la ironía se hizo hermana de la burla: Su gemela a priori segura, llegó al revés; por una cuestión de monta, exceso de participantes, mala suerte,…. daba lo mismo.

Balance final: Dinero apostado: Treinta y seis euros. Total aciertos: Cero.

Apagó el aparato de tv con el mando, en un gesto brusco. Más parecía que disparaba con el revolver de un pistolero del Far West. La televisión se había convertido de repente en un objeto maligno que vomitaba imágenes falsas y por ello convenía destruirlo para no ser nuevamente víctima de sus desmanes.

Así, ante el repentino silencio de la habitación, y profundamente impactado por unos acontecimientos objetivamente nimios e intranscendentes para la mayoría, pensó:

“Esa mítica, deseada y siempre esquiva séxtuple de cien mil euros, con la que todo aficionado auténtico sueña, la cobrará otro; quizás un inexperto principiante recién llegado, con los hados de su parte, o un calculador y frío jugador de bolsa para quien la pasta es lo principal, nunca quien seguro la merece: Aficionados que acumulamos décadas de estudios inútiles, hombres presos de la magia de un galope, deudores siempre de la belleza de un purasangre”.