Algún recuerdo (por Lorgot)
Foro A Galopar & Turfinternet, 24/04/2006

Siempre he considerado al bellísimo espectáculo de las carreras de caballos en La Zarzuela como un ejercicio de nostalgia.

Recuerdo las primeras veces, como el que recuerda (salvando las distancias) su primera relación, manteniendo en mi subconsciente diferentes impresiones recogidas de aquellos días: sensaciones como el olor de la hierba recién cortada y pisoteada, el colorido de las chaquetillas de los jinetes, la emoción de la apuesta, el griterío del público, los comentarios post-carreras,... Pero sobre todo, el espectáculo de ver a los caballos estirarse, poniendo todo su corazón, los músculos tensionados, el sudor en las crines, ..., convirtiéndose en los reyes de la pista por unos momentos. No sé si le pasa a alguien más, pero hay olores y sensaciones que quedan impresas en el cerebro, y que a mí me parece que luchan a muerte por permanecer allí; una de estas sensaciones que mi mente se niega a perder, es la primera vez que me llevaron al Hipódromo de La Zarzuela.

“Mi primera vez” se remonta al año 1975-76. Recuerdos de familia. Algunos eran ya aficionados de a pie, de sellado de Quíntuples en el Bar El Diamante de la calle Conde de Peñalver: quiniela y limpia de zapatos. Ese día, caluroso, a las 4 ó 4 y media de la tarde, la entrada al recinto de Tribuna, entrar en el paddock, el corrillo de los caballos, la presencia de los propietarios junto con los preparadores afinando la táctica y dando los últimos consejos, los relinchos y cabriolas de los más ariscos, las palmadas de los jinetes al montarlos, el comentario de los “enterados”, ...

Era una carrera “pobre”: tan solo tres caballos o yeguas o qué se yo; sin importar la edad de los mismos, ni su estado de forma, ni el peso, la distancia o su aptitud al terreno. A mí me gustó el nº dos: Dancharinea: no recuerdo de qué propietario, ni cuadra, ni preparador, ni jinete: me gustaba porque era color canela (más tarde supe que se trataba de la capa alazana). Por supuesto, como en todas las películas ganó. No sé lo que cobré, ni lo que hice con el dinerillo, ni siquiera sé con certeza si no se lo quedó mi padre o se lo bebieron mis tíos (no creo tampoco que diera para mucho)...

Pero esa sensación de ver a tu caballo (porque durante el periodo de tiempo que discurre entre que lo ves y te apropias de él, hasta su paso por la línea de meta, el caballo es tuyo, y esa sensación de propiedad te hace adoptarlo y sentirte propietario) salir al pasto, verle trotar hacia los cajones de salida y entrar en ellos, y luego salir a darlo todo en la pista, luchando como un jabato, se hace difícil de olvidar.

Luego la afición se te mete en el cuerpo; he sido aficionado de Tribuna durante mucho tiempo: frío, calor, lluvias, alergias, alegrías y cabreos. He acudido puntualmente a las principales citas del calendario hípico con amigos, familia, diferentes novias,...

Esperaba pacientemente la salida de la Revista (Corta Cabeza, Recta Final) los miércoles por la tarde, para poder dedicarle toda una tarde: lectura, valoraciones, consideración de los artículos de Griñán, Riu Kiu, ... Buscando las sorpresas, analizando los valores de los caballos. Aunque era un análisis en profundidad, nunca ha alcanzado la inocencia y sorpresa alcanzada la primera vez.

He vivido apasionantes duelos en la pista: desde el entrañable Lorgot luchando con Avalancha durante toda la recta final de La Zarzuela en una carrera de 1.400 (o 1.600), en una tarde de lluvia (impresionante carrera), pasando por el Gran Premio de Príncipe Duero ganando en paseo con Paulino García a Sácara, hasta el triplete de los Rosales en el memorial (Huaralino, Tucumán, Sácara, con una monta impresionante de Tolo Gelabert a Tucumán, en carrera de cuadra). A pesar de todo, no se me olvida “Mi Dancharinea”.

También he vivido tardes memorables con intérpretes tan ilustres como los triunfos de El País en los Grandes Premios de Madrid (el primero, con el alocado Chamartín); también recuerdo una carrera ganada por el mismo El País, con solo cuatro corredores (corrían Revirado y Sácara), una fría tarde (creo que era el Dirección General de Producción Agraria, aunque no lo recuerdo bien).

¿Y qué me dicen del Memorial de Arrow? Menudo paseo con Mariano Hernández en la silla. Luego corroboró el triunfo, con el Villamejor.

Otros caballos de época fueron el delicado “Carnaval” (el mejor hijo de Caporal, al que no pude ver, al igual que a Rheffissimo, Reltaj, Barilone, Chacal y El Señor, y que me han hecho ser deficitario en la cultura hípica necesaria para entender el período 80-90, por su influencia en la cría de este decenio), el potente “Richal”, el tosco “Brezo”, el dúo Zalduendo/Manola (quizás la pareja más explosiva de los últimos veinticinco años), el ya citado Chamartín, junto con la otra “alocada” Castilla, el “imbatible” Colorines, el “Asturias” Serial, la “generación A” de la Yeguada Militar (Arameo, Alcatraz), los velocistas Dunhill, Sherman, Soudzou, Primer Amor, Rodiles, Cabrales,..., los “extranjeros” Royal Gait e Indian Prince, el gran Casualidad, el dúo Toba/Istmo Blanco con Adelantón, One to Two y el trío “la, la, le” (La Novia, La Pista, Leyla, por el orden que se quiera, pero el trío de yeguas contemporáneas de mayor calidad).

Pero en el corazoncito, uno se guarda a la élite de sus favoritos: algunos, corredores de 2ª parte de handicap y otros grandes estrellas, que en ocasiones te han emocionado; así, recuerdo a un brasileño “Cimmerman”, de crines prácticamente negras y bellísimo físico, al que daba gusto verlo, mientras raramente alcanzaba alguna colocación, o Zigor e Stain Don, mi primera gemela “millonaria”, o a Idil montado por Cachi Balcones. También recuerdo a otros caballos de vallas que no se olvidan: Bolshoi Cosac, Glycerius (también con Cachi), Bookmaker (con el Marqués)... ¡Qué pena las carreras de vallas o el staple chase!

En el lado de las estrellas, siempre he guardado especial cariño por Tucumán y Vichisky (vaya Memorial), dos auténticos fenómenos; pero el altar lo ocupan la gran Teresa y el “divino” Partipral. Ver ganar a Partipral el Memorial en un auténtico paseo, con Santiago Calle acariciándole el lomo es posiblemente, el momento más importante, desde el punto de vista turfístico, que yo recuerdo.

Luego la desidia de los dirigentes del Hipódromo, la falta de alicientes, el golferío y falta de profesionalidad de algunos, llevaron al Hipódromo a la sima del descrédito y del deshonor. Nos rompieron la afición, y cuando el hipódromo cerró, nos rompieron el alma... Pero esa es otra historia que ojalá esté conclusa, aunque no debemos olvidarla para no caer de nuevo...