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El recinto de General
Autor Mensaje
LORGOT

Registrado: 30 Nov 2006
MensajePublicado: Jue Abr 26, 2007 11:17 am    Asunto: El recinto de General

El recinto de General se encontraba en la parte interior del anillo de la pista, lindando con la actual pista de arena. El recinto de General se estructuraba en un montón de tierra, numerosos hierbajos con sus correspondientes insectos, unas "gradas" encaladas y unos despachitos de venta de boletos de apuestas al público.

El recinto de General costaba 30 pesetas y las apuestas que se podían hacer eran también de 30 pesetas mínimo.

No había totalizador, no había dispensador automático de boletos de apuestas, no había un bar/cafetería en condiciones, no había elegantes señoritas deslumbrando con las nuevas modas de la capital. La gente no fumaba Habanos, sino que el que buenamente podía se aferraba a su Faria batallera.

Para disfrutar de un día de carreras en el recinto de General había que tener en cuenta aspectos que iban a influir decisivamente en la valoración de asistencia o no a las carreras:

1) El Clima: así como en Tribuna o Preferente la lluvia no resultaba determinante, pues había suficiente espacio y alternativas para el cobijo y la protección, en el recinto de General cuando llovía había que recurrir al socorrido grito de "maricón el último", y cobijándonos bajo brezos y retamas, resguardar nuestros (en aquellos tiempos) cuerpecillos de las inclemencias del tiempo. Por otro lado, los días de sofocante calor, la oración se vuelve por pasiva, y no se encontraba resguardo ni alivio para soportar las elevadas temperaturas de Madrid en el mes de junio a las 4 de la tarde.
2) El Estado de la pista: en realidad, el estado de la pista per sé no afectaba al disfrute de las carerras en el recinto de General; pero esto no es óbice para relacionar el estado de la pista pesada con charcos, barros, fangos y hundimientos y oscilamientos de tierras. Cuando el terreno estaba encharcado, el recinto de General presentaba un aspecto a definir entre patinoso, pastoso, engorroso, hundidoso y pringoso. Ni las botas de Segarra con que me pertrechaba mi madre resultaban suficientes para a) mantener el equilibrio durante toda la jornada; b) proteger mis piececillos de humedades diversas; c) liberar a mis pantalones de barros de desconocida procedencia edafológica, d) otras circunstancias.

Por otra parte, asistir al recinto de General en días agradables, resultaba una verdadera experiencia. En primer lugar había que jugarse el tipo para meter la cabeza en la caseta de adquisición de entradas, tan estrecha y baja como la garita de un Madelman. Tras adquirir las entradas, había que bajar por una pedregosa cuesta donde los cochecitos de niño hacía sufrir a sus amortiguadores engranajes y las madres que los conducían veían fortalecer sus bíceps asombrosamente.

Tras bajar la cuesta llegaba la parte complicada, atravesar la pista de hierba y la de arena sin riesgos para la salud, evitando atravesarlas en momentos de tráfico equino. Siendo yo chico a punto estuve de ser abordado desde las alturas por Ceferino carrasco a lomos de cualquier caballo de la época. Menos mal que me avisó al delicado grito de "qué cojones haces cruzando la pista ahora. Apártate de una vez, mocoso", que yo tomé como insulto, cuando supongo que pretendía ser advertencia. Desde ese día me conjuré con mis hermanos en no volver a apostar a caballo alguno montado por el Gran Ceferino, pacto que rompimos en cuanto nos salió el primer caballo favorito (las promesas de la juventud, ya se sabe). El cruce de la hierba no resultaba complicado, pero el de la pista de arena ya conllevaba más riesgo: la arena se metía en las botas y ya no te abandonaba en todo el día, hasta que llegabas a casa y descargabas las botillas con mi madre persiguiéndome para no dejar rastros yesíferos por todo el parquet.

Las taquillas de apuestas eran muy pintoresca. Se cogían boletos preestablecidos y se taladraban conforme formulábamos nuestra apuesta. Había modelos de boletos de ganador, colocado, gemela y doble, y los operarios cogían según demanda, taladrando los dígitos objeto de nuestra apuesta, con una herramienta agujereadora.

Los niños cabalgábamos en medio de la inmensa llanura que suponía el recinto, alargábamos nuestros bracillos para mover las banderas que ponían los días de Gran Premio con los colores de las Cuadras que habían pasado por ganadores en otras ediciones de estas carreras y nos agolpábamos sobre la barandilla que limitaba con la pista para ver pasar los caballos lo más de cerca posible.

Con el tiempo, la sociedad española se fue aburguesando y las nuevas tecnologías cerraron el paso a los métodos más tradicionales. El Hipódromo cerró el entrañable recinto de General y nos mudamos todos al recinto de Tribuna: nuevas amistades, nuevas costumbres; y descubrimos que había un paddok, y vimos las pamelas de Marita, y empezamos a ver futbolistas del Madrid (que no decían nada) y del Atleti (que nos ponían los ojos como platos); y pudimos tomar nuestras coca-colas con hielo; y aprendimos a ver las carreras en su totalidad, y sobre todo, aprendimos a disfrutar del espectáculo en su conjunto.

Pero, a pesar de todo, como molaba un día de carreras en el recinto de General
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