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EL JOLGORIO: CONTINUACIÓN Y FINAL
Autor Mensaje
Leonard Quercus

Registrado: 13 Dic 2006
MensajePublicado: Lun Jul 09, 2007 4:30 pm    Asunto: EL JOLGORIO: CONTINUACIÓN Y FINAL

Y me encontré a ese tal Melquíades retando a pulsos con una mano de gorrión y un sombrero de alas de cuervo a cinco jóvenes marinos ingleses de la Royal Navy, mientras Pedro Jiménez Alonso, que tenía la cabeza tocada con una corona de laurel la chaquetilla de la cuadra Cielo de Madrid sandalias romanas y lira parnasiana confeccionaba a cambio de susurros en las orejas odas de alegría para nacimientos, sonetos de compromiso para novios implumes, redondillas de desagravio para viuditas ye ye, romanzas cantábiles para románticos irreconciliables, epopeyas olímpicas para vencedores amigos, y elegías churriguerescas para los muertos sin réquiem. Y vi a uno al que todos queríamos en un camión de dieciocho ejes, y a El Gemelas repartiendo pases de discoteca al lado de un Seven Eleven para su foro aledaño, y a Ginebra bailando un tango con una rosa viva en lo más alto del pelo, y a Turftito clamando a voz en cuello el desaguisado de los gerentes del Atleti que nos han subido el abono aunque se hayan llevado al Niño, a un hombre venerable amante de los animales llamado Javier que leía a Kipling sentado en las escaleras y sentado con las piernas cruzadas y vestido como yo siempre he creido que se vestían Tagore y Khalil Gibran, y a George Kaplan con un billete para el Expreso Siglo XX que pretendía canjear en la ventanilla de Pagos Atrasados, donde el mismo caballero de punta en blanco perfectamente engominado y con chaleco de Ralph Lauren que vendía las entradas a precio único a la entrada con chapita de vendedor de teletubbies lo atendía circunspecto moviendo la cabeza hacia ambos lados en tanto sistemáticamente le decía a George Roger O. Thornhill Kaplan: "yo te niego el nidus".
Me llegué al ensilladero, Patricio, sorteando toda clase de cachivaches cuya esencia no hubiera imaginado yo en todos los años de mi vida atisbar en un Hipódromo, que había regaderas de peltre, candilejas, remos y sables, sonajeros, básculas multiservicio, escolleras, mapamundis y alambiques, y un taburete de la época colonial sobre el que un señor que ceceaba repartía a las cuatro plumas lo que él dio en llamar información privilegiada, y que no eran más que titulares escandalosos de la cuestionadísima prensa rosa local que este hombre nos dirigía con un altavoz de la empresa Paradise, Técnicos de Radiodifusión Elemental, y que empezaba todos con la fórmula invariable "saben aquél que diu". Y no fue sino por él que me enteré de que el celebérrimo y nada lo idóneamente celebrado Leonard Quercus no iba a participar en la primera de la jornada, Premio Andújar Oliver, vallas, prueba de Amazonas y Gentleman valedera para el campeonato de la AEGRI pero no para la quíntuple plus, por una herida inciso contusa que le afectaba al cielo de la boca interesándole también el nervio ciático, válgame Cristo, comunicación que se desprendía, la de que Leonard no iba a competir, digo, comunicación que se desprendía como tú mismo vas a poder comprobar, Patricio, de las palabras del señor aposentado sobre el taburete afirmando que: "la última fraze que la duqueza de Alba tuvo a bien compartir con loz compañeroz de un medio de comunicación andaluzí fue "y hazta aquí puedo leer"".
Mas conseguí al fin, Patricio, situarme en los lindes del ensilladero, y digo en los lindes porque el espacio donde me dijeron que los preparadores aderezan a sus pupilos antes de presentarlos a la concurrencia estaba clausurado y vigilado por un hombre pelirrojo con gafas de sol de montura negra que nos salpicaba al hablar con unas minúsculas gotas de su saliva de pelirrojo que al contacto con la ropa se convertían en insignias con caracteres masónicos, y cuando tenías al menos veinticinco insignias el pelirrojo te nombraba con un taco de billar Caballero de la Sagrada Orden del Arquitecto Principal y te permitía mirar por un agujerito que oradaba una parte de un enorme biombo que ocultaba el ensilladero de los ojos más impertinentes, apártese de ahí, señor, hasta que tenga usted las insignias obligatorias, y me asomé al agujerito, Patricio, y me encontré un coro de voces blandas que iba tosiendo casi sin tregua al compás que les marcaba Enrique Martín, ese que fue uno de los gerifaltes del real madrid de Lorenzo Sanz, que movía una espada triunfadora a modo de batuta mientras golpeaba con uno de sus pies perfectamente guarnecido por unas catiuscas de jardinero un podium de madera de tilo, que los que tengan una carraspera fina se pongan delante y los que expectoren con toda su alma se coloquen detrás, y me volví hacia el paddock, que ya se iban a desarrollar los prolegómenos de la última carrera del día en la que no se contaría entre los participantes al egregio y de ningún modo y en ningún tiempo lo correctamente encarecido Leonard Quercus, ya que lo habían asaltado y malherido la noche anterior unos bandidos que tras malearlo, a Leonard, según contaron unas voces privilegiadas por haber asistido a reuniones de días de diario y poules fabulosas, se dieron a la fuga los bandidos lanzando vítores y proclamas apologéticas a Paradise, Red Agropecuaria y Cinegética Nacional, y vi dentro del recinto que allí denominan de acreditados a todos los habitantes de las Islas Griegas, a la mitad de los lapones, a un tercio de los de Flandes, a la cuarta parte de los salmantinos, a los pardillos, a los nacidos antes de la Primera Guerra del Antiguo Recinto de Tribuna y a toda la sección de viento de la Filarmónica de Copenhague, qué vergüenza, Patricio, cuando antes incluso al Rey le costaba pasar al recinto de acreditados cuando venía allá por el mes de María enhelicotero a entregar su Copa.
Y vi pasear por la arena del paddock no a los caballos sino a sus jinetes en contra de todo lo establecido en el Manual del Buen Burrero y del Buen Orden y Decoro Dentro del Disco, e iban los jinetes todos acompañados por un personaje histórico no sé en base a qué criterio pero ví a Santiago Martín con la mantilla del número 3 al lado de Séneca que le aconsejaba mansedumbre, vi a Paquillo Jiménez con el 6 al lado de Atila que le enseñaba a cabalgar en punta que Paquillo no cabalga en punta desde los tiempos de Le Misile, vi a Ghandi al lado de Antonio Sánchez para enrolarle de una vez para todas en los Nuevos Apóstoles de la No Violencia, vi a Jorge Horcajada con Buster Keaton, a Claudine Cazalis con Alejandro Magno, que también le contaba al oido chistes de todos los colores a su caballo Bucéfalo, vi a Horacio Betansos con Manolete que le adiestraba en el manejo de la puntilla, a Bienvenido Moreno con Santa Teresa que trataba de convencerle de que fuese más humilde y no se fuese a Maspalomas cuando gana las carreras para luego degustarse el aplauso del respetable él solo y vi a Magic Martínez con Tatanka Iyotake a quien tú, Patricio, conoces por el mal nombre de Toro Sentado, y le iba explicando Tatanka Iyotake a Magic Martínez como vencer la contingencia de tener que cabalgar contra el viento y sin montura para la próxima de Palamoss.
Y cerraba el telón Leonard Quercus, preclaro y no lo procedentemente lisonjeado, que enarbolaba una bandera de paz en la que en una jerigonza enrevesada pero que a todos nos resultó cristalinamente legible nos pedía perdón a todos por este tostón de mil demonios que ahora que me doy cuenta está escrito habiendo centrifugado unos cuantos mensajes desde no ha mucho a esta parte y que se parece un punto más que algo a la Divina Comedia de Dante.
Aligera.
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