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EL CIELO NO QUISO ESPERAR
Autor Mensaje
Leonard Quercus
Registrado: 13 Dic 2006
MensajePublicado: Lun Sep 10, 2007 2:07 pm    Asunto: EL CIELO NO QUISO ESPERAR

Quiero creer que cuando dejamos esta vida el lugar al que cada uno espera ir nos recibe con lo que cada uno espera encontrar. Con aquello que de bonito tiene la Tierra y que de faltar en el cielo su carencia convertiría al cielo en otra Tierra. O en el infierno de otro planeta, como diría Huxley.
Yo, el día que embarque en la nave que nunca ha de tornar, espero, si Dios piensa que me lo he ganado, encontrar al otro lado, además de a los seres queridos que ya me estén esperando (si a alguno le quedan ganas como para esperarme), música de Horner, Mozart y Morricone, y libros de García Márquez. Espero charlar de cavernas con Platon, de arte con mi tocayo da Vinci, de cine con Milos Forman, de fútbol con Calderón (pero Vicente, claro) y de teatro con don Pedro Muñoz Seca y don Enrique Jardiel Poncela.
Espero tomar con Alonso Quijano, el bueno, la derrota de Puerto Lápice, apurar con Sancho una olla podrida, abordar con Alatriste mil felucas berberiscas, seguir con el joven Tom los caminos del indio Joe y conversar a la luz de las velas y de humanismo con el fray Guillermo de Baskerville que encarnó Sean Connery, mas no con el que imaginó Eco, que éste era pelirrojo y de nariz afilada.
Estoy seguro de que Romualdo Garrido pensó antes de ingerir la dosinteína que se iba a encontrar con Amanda Calatayud; y con sus adorados Gilgamesh y Malandrín. Y que Jonás Dawson sueña con dar con libros de Samuel Dashiell Hammett.
Mi amigo Pedro espera encontrar tebeos de Francisco Ibáñez, mi amigo Dani entrenar con Jonathan Edwards, mi amigo el Lobo departir con Woody, mi amigo Óscar pide un paraíso con barbacoas y whoppers, y mi amigo Manolo uno plagado de nórdicas de metro ochenta sin el engorro cuaternario de la ropa.
La señorita Otaño, la Nagore que dejó de cabalgar sobre las pistas para irse a trotar por nuestros corazones, imaginaba un paraíso con caballos de carreras.
Los que la conocieron de cerca dicen que era extraño verla sin una sonrisa en la cara, y que ponía tanto amor cuando se subía a un potrillo como cuando impartía clases de euskera.
Hace cosa de un mes lo que tenía que haber sido una tarde de fiesta se convirtió en una trágica tarde.
Nagore Otaño, la chica que dejó de cabalgar sobre las pistas para irse a trotar por nuestros corazones, la chica de la sonrisa imborrable, nos dejó sin la luz de su vida cuando La Chaparrita vino a dar un mal paso.
Yo sé, porque Romualdo me lo ha dicho, que después de la dosinteína estaba Amanda. Y Gilgamesh, que hubiera ganado el Corpa y fue el caballo preferido de 1981. Y Malandrín, que era el caballo favorito de Enrique Tierno Galván y nunca pasó de ser un caballo de hándicap.
Y sé que allá arriba sí hay música de Morricone, y tebeos de Ibáñez, y cavernas con demiurgos y sombras de todas las cosas.
Y que pasan películas de Milos Forman, y que venden al peso los libros del Gabo. Y que hay partidos de fútbol con árbitros que pitan de blanco (y que han nombrado, por cierto, y al hilo de esto último, un Comité de Prudentes para interceder ante la Suprema Instancia por los madridistas que se fueron sin arrepentirse de los latrocinios balompédicos del equipo del que eran hinchas).
Y sé que don Quijote sigue rumbo a Sierra Morena desfaciendo agravios con la fuerza de su poderoso brazo, y que Jardiel y Muñoz Seca preparan obras de teatro para las vísperas de festivos.
Y que hay barbacoas. Y máquinas expendedoras de Whoppers.
Y sé también, porque Romualdo me lo ha dicho, que Nagore Otaño no llegó a caer al suelo de Lasarte. Se agarró a Sir Trenton -que también se iba- y se subieron ambos a una de las estrellas fugaces que componían esa noche el llorar de San Lorenzo, como dijo por entonces alguien sabio.
Y que llegaron juntos a un paraíso lleno hasta la bandera de caballos de carreras.

Me escribió mi amigo Dzudo que yo debía un artículo como este.
Y me dice Romualdo Garrido que Nagore me perdona la tardanza.
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