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DETRÁS DE TODO TURFERO...
Autor Mensaje
Leonard Quercus
Registrado: 13 Dic 2006
MensajePublicado: Lun Oct 08, 2007 8:41 am    Asunto: DETRÁS DE TODO TURFERO...

Loli era (y quizá siga siéndolo) la muy sufrida mujer de Enrique, el que estampaba los vasos en los que le servían sus whiskies contra los cristales de las taquillas de apuestas si se sentía estafado.
Pili era (y seguirá siéndolo) la muy coqueta mujer de Ángel, el que veía todos los resultados de las carreras lógicos y diáfanos pero siempre a toro pasado.
Pili y Loli eran las comadres de mi madre cuando mi madre venía a las Carreras. Se sentaban las tres en uno de aquellos blancos y verdes de la pradera de Preferencia (creo que antes los bancos habían sido sólo verdes) al filo del comienzo de la primera carrera, y se daban a la muy vivaracha tarea de contarse las vidas sin tregua ayudadas por sacos enteros de pipas que conseguían no sé dónde hasta que decían por megafonía el orden definitivo de la última.
Lo extraordinario del caso es que ni mi madre ni Pili ni Loli reparaban en nada que no fuese de lo hablado en su banco, salvo que fuera un incidente inusitado que se produjese muy cerca de donde ellas se aposentaban.
Así, por ejemplo, sí se enteraron de cuando el Platanito enmarcó en una de sus pancartas a un pobre señor que disentía del contenido de una de ellas, pero, como os contaba, pasaron olímpicamente de lo que sucedía sobre la pista, veinte metros a sus espaldas.
Es más, creo que con el tiempo desarrollaron la facultad metafísica de viajar astralmente a otros parajes mientras charlaban, porque hubo tardes en que parecía imposible que no se hubieran percatado de lo acontecido en el Hipódromo en términos turfísticos.
Unas filas más debajo de la fila de asientos de la tribuna portátil desde la que yo veo las carreras se sienta, para ver las carreras, una pareja de argentinos. Al menos él sí es argentino, porque la voz de ella no la he escuchado aún.
En la empresa para la que actualmente trabajo tengo un compañero argentino que es de Mendoza, la tierra de Quino, el de Mafalda; una tierra de sol, de uvas, de vino, de siestas y de temblores. Por la semejanza casi absoluta del habla de Jorge, mi compañero, con el habla del hombre que hace la mitad de la pareja de la que os hablo, los que se sientan unas filas más debajo de la fila de asientos de la tribuna portátil desde la que yo veo las carreras, casi puedo asegurar que ese hombre, mitad de la pareja, también es de Mendoza.
Este hombre de las Carreras, el argentino, es un degustador de Turf. Supongo que le ocurre lo que a mí, que se me agria el talante en una relación directamente proporcional a la lejanía del domingo con el momento que estoy viviendo, y que le pasará como a todos nosotros, que las mañanas de Carreras nos cuesta menos levantarnos.
El tío es un entusiasta de Jose Luis Martínez, como lo era Fanny, y aunque mira las carreras sin prismáticos da la sensación de que no se le escapa ningún detalle. De hecho ha habido veces en que he ido a ver la repetición de la carrera sólo por constatar que él estaba en lo cierto al afirmar nada más cruzar los caballos la línea de meta que Jarcovsky se había tocado las gafas en la recta de enfrente o por confirmar que Goria Madero le puso la mano en el hombro a “Marito” Esteban antes de empezar a mover a Jarabi.
El de Mendoza, si es que es de Mendoza, hace todo lo posible por contagiar a su compañera de la alegría que a los aficionados de pro nos invade en La Zarzuela.
Así, la mujer, impertérrita, se deja abrazar por el argentino si el argentino la abraza feliz por un resultado favorecedor, lo escucha atenta si él se ve obligado a justificar una apuesta fallida con una de sus disertaciones cadenciosas, y lo consuela en silencio y amorosa tras la última si el último cartucho tampoco ha sido bueno.
Sería una pareja de mediana edad, siempre que considerásemos que la esperanza de vida por estas latitudes se cifra en los ciento siete años.
Él tiene el pelo blanco y en ocasiones gasta sombrero. Ella es prudente y acostumbra a vestir en tonos oscuros. Y los domingos, cuando la observo, pienso en esa cantidad de mujeres que, sin mucha afición, se vendrán a las Carreras con sus maridos, novios, amigos o compañeros por compañerismo, amista, lealtad o amor.
Y es por ello que quería escribir esta mañana de ellas: calladas y fieles, compulsivas comedoras de pipas, coquetas o prudentes, sufridas o cadenciosas.
Esta mañana hablo de ellas, que de nosotros hablaremos otro día.
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