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EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL FORO
Autor Mensaje
Leonard Quercus
Registrado: 13 Dic 2006
MensajePublicado: Vie Nov 09, 2007 6:25 pm    Asunto: EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL FORO

Eran las tantas de la madrugada de una madrugada tibia y sosegada. Una de esas madrugadas que abundan, según los lugareños, en los veranos allí donde pasé las últimas vacaciones. Y era una madrugada de luna llena.
Yo no sé si Morna, o Yuls, o el formidable Cludmi, o el resto de las señorías nacidas bajo el añorante zodíaco de Cáncer suscribirán lo que yo voy a apuntar aquí y ahora, pero a mí las noches de luna llena el insomnio me hace presa con una ferocidad que tiene mucho de la ferocidad de los lobos de los cuentos para niños.
Yo le había insistido a Marisa, mi mujer, en que sería fantástico aquella noche mirar a las estrellas y a la luna desde la playa, tumbados sobre la arena y contando si las hubiere estrellas fugaces, pero Marisa, mi mujer, que tiene el romanticismo de un congrio y no hace vigilia voluntaria desde los tiempos de la movida, consiguió que mi proposición juvenil se quedara en agua de borrajas con esa facultad suya casi mística de hacer las cosas como a la buena de Dios, y como siempre que mi veta becqueriana proyecta una aventurilla nocturna y dieciochesca (nada próximo a los lances "tres erre", no vayan ustedes a pensar).
Era una madrugada sosegada y tibia. Desde la terraza del apartamento se veían parpadear las luces en los pueblos vecinos y un grillo locuaz repetía su cri cri infinito sin pausas para respirar.
Hacía rato que los cierres de los últimos chiringuitos en cerrar se habían echado, y, a ratos, en la rotonda que se alcanzaba con la vista desde la terraza, y que debe ser una de las rotondas donde entrenan los gerifaltes de la Fórmula 1, algún energúmeno se probaba los neumáticos.
Hacía casi un mes que no escribía en el foro y quince días sin ver carreras de caballos.
Mi acceso a Internet, como le dije por entonces a mi querido Dzudo haciéndole pensar a mi reina Ginebra que había regresado a la capital, era más que limitado.
Y no sólo porque para llegar al bar en cuya fachada se leía "ASCESO PÚBLICO A INTERNET" yo debía atravesar los aledaños de la Rotonda de la Muerte, sino también porque sentarse en una de aquellas desvencijadas sillas del bar era una verdadera prueba de fuego aun para los espíritus más imperturbables: el hijo del dueño era -y seguirá siéndolo- un portentoso ciervo mitológico de apariencia humana que no dejaba pasar ocasión de mostrar sus extraordinarias dotes para la berrea y no pocos parroquianos se asomaban sin cumplidos a la pantalla sobre los hombros de uno para sentirse ellos mismos asomados a un futuro que nunca hubiesen soñado sentir.
La noche de la luna llena, mientras el grillo se desgañitaba y las luces de los pueblos se iban apagando, yo vi, y créanme vuestras mercedes, a muchos de los miembros de este foro sentados a la mesa de la terraza.
Que se sentó mi reina, que habló de su yugular preciosa y nos cantó un tango con su aire porteño. Y se sentó Jazz, que se aprendió nuestros nombres, que vino desde Alicante y que vive para las carreras de caballos. Y vino Nereo, que me alegró el alma al contarme que al final había llenado su casa con los colores del Duque. Y vino Pedro, que se leyó un soneto, y que después tomó notas para hacer del sueño una crónica alegre. Y estuvo Soviet, descendiente de aquellos que le plantaron cara al mismísimo Francis Drake. Y mi Palomitu, que seguía triste. Y Cludmilor, el de todos, que trajo la salut a la mesa y había aparcado su camión enfrente. Y Lorgot, con su manzanilla de Sanlúcar y su humor aventajado. Y The Grey, que es generoso hasta el estrépito. Y Calzada, que es el presente y el futuro de este tinglado. Y Turftito, con su camiseta del Atleti. Y Morna, con su sonrisa tímida y buena, que me dijo una vez que bien pudiera ponerme a dieta. Y Dzudo, por supuesto, que siempre me perdona que escriba mal el hermoso nombre de su hermosa hija. Y Manuel, que continuaba aconsejándome que me dejase la vergüenza en casa. Y Afriketa, que saludaba con la simpatía que la define a los alumnos de veterinaria que desde abajo la llamaban: "Marta". Y Razonable, que me defiende a capa y espada. Y Rasputín, de Bilbao, que se trajo los libros que tanto nos gustan de García Márquez.
Y hablamos y hablamos y hablamos y hablamos. Hasta que terminó de caer el chorro de una cañería que desagüaba desde la azotea. Hasta que pasó otro coche.
Hasta que cruzó el espacio sideral con un crujido remoto de papel de plata la última de las estrellas de ese verano, la que se fue con mi deseo: que a la vuelta de los años alguno se acuerde de un chico Cáncer que escribía los lunes en los tiempos del foro y que se siente y seguirá sintiendo familia vuestra por parte de Tailga.
O que mi esposa Marisa se haga más romántica, una de dos.
Muchísimas gracias a todos.
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