Índice de Foros A Galopar & Turfinternet
Bienvenido al foro de A GALOPAR & TURFINTERNET

Por un amigo, mi Reino
Autor Mensaje
LORGOT
Registrado: 30 Nov 2006
MensajePublicado: Jue Ene 24, 2008 10:48 pm    Asunto: Por un amigo, mi Reino  

De natural soy poco propenso a los líderes; más me inclino por el eterno segundón, por el perdedor, porque sus historias resultan más emotivas, más cinematográficas; porque la admiración por ellos no resulta un ejercicio fácil, porque apoyar al que nunca es apoyado, resulta una actuación difícil y a veces hasta misericordiosa.

Soy más de Poulidores que de Anquetiles, de Manolines Buenos que de Pacos Gentos, de Atletis antes que de Reales, de Chuses Lampreaves antes que de Victorias Abriles. Yo disfrutaba viendo como Paco Galdós sufría en el Tour de France para acabar séptimo, mientras que la insultante ventaja de Eddy Merkx me resultaba fácil, exenta de la épica, del mérito de las carreras ciclistas.

Qué le vamos a hacer… Hay gente pa tó, que dijo el Guerra.

Lo mismo me pasa en las carreras. Uno de mis iconos hípicos fue un grandísimo “segundón”, un ganador entre los “perdedores”, un privilegiado de los olvidados de la fortuna: se trata de Pier Luigi, y paso a transcribir su ficticia historia de amor con el Gran Premio de Madrid, escrita en primera persona, que da más fuerza dramática al asunto:

Buenas tardes: mi nombre es Pier Luigi; nací en 1980 con un pelo alazán que me cubría el cuerpo, cosa extraña en un niño, pero no tanto en un caballo (lo del pelo alazán y lo de cubrir todo el cuerpo); cualquiera diría al escuchar mi nombre que pudiera resultar un joven napolitano, o de Catania o de cualquier otro rincón del país transalpino: no señor. Soy un caballo… ¿Qué te parece? Con dos huevos. Y además, ni soy napolitano, ni calabrés, ni acaso italiano. Soy de Chile. Pero no del Norte de Chile, ni del Sur. No Señor. Soy del mismo Chile. Del Chile capital. Y aunque parezca mentira, porque estoy escribiendo, he de decir que soy un caballo. ¿Qué cómo es posible que un caballo esté escribiendo un relato en un ordenador y sea capaz de incorporarlo a un foro de experiencias?… Ni puta idea.

Nací en plena convulsión pinochetista en Chile. Mis padres eran dos figuras de su tiempo: Carral y Rivera, que no sé si por amor, o en el ejercicio de las labores inducidas por el hombre, dándole a lo que se prohíbe con dos rombos, fueron capaces de convertirme primero en zigoto, luego en proyecto y finalmente en potrillo (leído como potrilio). Nada más nacer, comprobé que la estabilidad social estaba chunga en mi país, y como casi todos, estaba deseando salir de mi querida tierra natal. Gracias a un alma caritativa que por acá escribe de cuando en vez e incluso de vez en cuando y que nos deleita con su sabiduría y su magnífica experiencia (aunque menos de lo deseable, eh, M.A.R.?), pude salir de mi tierra hacia la Madre Patria. Dios Mío, a hacer las Españas, tan joven, tan tierno.

Me compró una familia privilegiada que tenía nombre de antiguo jugador de Copa Davis (Gisbert o algo parecido), para la Yeguada Cataluña (chaqueta amarilla y roja en franjas, gorra roja), siendo compañero de cuadra de otros amigos como La Pubilla, Hala España, Pinturero o L´Hereu. Nada más llegar, y aún con el mareo del viaje en barco (no podía tomar ni Biodraminas… por lo del dopping, tú sabes), me acogieron como a un niño; me pusieron a los cuidados de un tipo muy simpático que se llamaba Juan Luis; me dieron un box muy calentito y acogedor, y me pusieron ciego a zanahorias para que me recuperara pronto y me hiciera grande y fuerte.

Juan Luis era muy cariñoso, y de vez en cuando venía su padre, Don Luis, que aunque más serio, era un tipo formidable. Los más jóvenes que trabajaban por allí, le hacían mucho de rabiar; se escondían tras las pacas de paja y le decían “Maroto…bájate de la moto”, y Don Luis se daba la vuelta, los miraba muy serio y refunfuñaba. Los chiquillos, asustados se alejaban corriendo, y Don Luis se daba la vuelta y se partía el pecho de risa.

Casi todo el año estaba trabajando muy tranquilo. Juan Luis me cuidaba, no me presionaba. Me decía al oído que yo era muy bueno, que era lo mejor que le había pasado, que era su campeón, y yo, la verdad, me ponía pitusón. Cuando llegaba la primavera, Juan Luis me decía que sin preocuparme mucho, íbamos a esforzarnos un poquillo; que se le había metido en la cabeza que quería que ganáramos una carrera importante: nosequé coño de Madrid.

Y la verdad es que cuando llegaba el día de la primera carrera que corrí con ese nombre, estaba hecho un tallarín: fino y elegante, como Evax. Me montaba un tipo extraordinario. El mejor jinete que me montó nunca, el que me trataba con un exquisito cariño. Se llamaba José Luis y todos le llamaban Cachi (a saber por qué demonios le llamarían Cachi). Yo ya tenía un melocotón de nombres importante, todos con Luis metido dentro: Juan Luis, Don Luis y José Luis; así que agradecí mucho que le llamaran Cachi y así los distinguía mejor.

El día de la carrera yo ya tenía cuatro años, había hecho mis pinitos y ganado alguna carrerilla. Pero me dí cuenta que el día era especial: me levantaron prontito, me llevaron a dar un galope tranquilo, con Cachi dándome más besos que Linda Lovelance a sus partenaires. Me pusieron limpito, me vendaron mis dos manos que siempre estaban algo delicadas y me dejaron descansar en un box fresquito con agua abundante. En el momento previo a la carrera, me vinieron a buscar Juan Luis y un mozo, me pusieron la silla, y una mantilla con un número, que al ser caballo, y como es lógico, fui incapaz de definir. Me sacaron a un paseo arbolado circular, donde dí más vueltas que un tonto, bajo la atenta mirada de muchos observadores que decían de mí: “está que se sale” (¿de dónde me salgo?, preguntábame), “está precioso” (gracias, morena. Tú tampoco estás nada mal para ser humana), “lo tiene a diez” y otros halagos. Yo andaba altanero y orgulloso con estos cumplidos.

Y a lo lejos me veo a mi Cachi, hecho un brazo de mar, con la chaquetilla estampada, sus rizos ocultos bajo la gorrilla roja, sus pantaloncillos blancos y botas negras de estreno. Se me acerca, me da una palmadita en el cuello, dos besos de verdadero amor, y me dice al oído: “a por ellos, grandullón”. Y mi Juan Luis que le ayuda a subirse, y que se me acerca al oído y me dice, “recuerda que eres de los buenos”, y me da otros dos besos. Y yo, en plena euforia de ósculos que intento irme a por la morena que me había dicho lo guapo que estaba, y mi Cachi que me recoge atisbando mis lujuriosas intenciones.

Y salimos a la pista, y nos hacen un desfile de los que no se llevan. Y venga aplausos y venga vítores. Y a mí que se me hacía el culo pepsi-cola (light). Desde los cajones, con un calor del carajo, nos dieron la partida. El Cachi me llevaba detrás de todos y yo pensaba, ¿por qué no vamos los primeros?, que luego me cuesta uno de los dos que tengo, terminar en la recta. Y Cachi que me dice con cariño, “vamos despacito, guarda fuerzas para cuando se cansen los demás”. Y entramos casi últimos en la recta final. Y un pirado, vestido de amarillo con un señor rubio encima, que sale como un loco. ¿Dónde va el tío ése?. Y el Cachi que me dice, antes de que lo popularizase Chiquito, “Al ataquel”, y yo que salgo como un cohete, y que paso a moros y cristianos, a El Paleto, a La Novia, a La Pista, a Indian Prince, a Mameluco, a todos menos al de amarillo que iba como una moto con el rubito que gana siempre.

Y llego segundo, y el Cachi que se me come a besos. Tate quieto ya con los besos, hombre. Y Juan Luis que me coge de las riendas, con el de la familia de los tenistas, y venga besos… Dejarme ya de besos, hombre. Venga unas zanahorias.

Y el año siguiente, algo parecido, pero montado por un chaval más jóven que luego me dijeron que se hizo preparador, un tal José Carlos. Menos mal que no se llamaba Pedro Luis o Luis Carlos o Luis Fernando, que estaba de Luises en plena confusión. Esta vez quedé tercero, detrás del de siempre y de un tal Carburundun, que también iba de rayas.

Y ya con seis años, le dije a Juan Luis, entre bromas y veras, que porqué no me volvía a montar mi Cachi, que tenía ganas de recordar lo del año 83. Y Juan Luis me dio el capricho, y yo, para corresponder volví a quedar segundo, por detrás de un tipo que imitaba en la vestimenta al de siempre, pero que no era el de siempre. Bueno, el rubio que lo montaba sí era el de siempre.

No gané nunca esta carrera, pero les acojonaba mi presencia. Y venga besos y venga palmadas en el cuello. Qué pegajosos son los humanos coño. Menos besos y más zanahorias.


Este es el ejemplo de un segundón de los que se te quedan grabados en el coco. Un tipo que no pasará a la historia como ganador de la carrera principal de nuestro turf, pero que quedara en la mente de los que no nos perdíamos una. El grande Pier Luigi….

Y ahora que me doy cuenta Luigi, Luis… Sería el destino, que es muy bromista.
_________________
Únete al Frente Antitorreta
Página 1 de 1