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CEFERINO
 
Autor Mensaje
Leonard Quercus
Registrado: 13 Dic 2006
MensajePublicado: Dom Mar 02, 2008 5:48 pm    Asunto: CEFERINO  

Una noche hace unas cuantas noches soñaba, bendita ilusión, que volvía a ver a Ceferino cabalgar sobre la pista.
Al despertar me sentía doblemente alegre, porque además de haber disfrutado otra vez con aquel estilo inconfundible y sosegado pensaba que quizá se hubiese desarrollado en mí esa facultad sobrenatural de Stephen King, que cuenta de una pesadilla recurrente en la que un desconocido que no tiene rostro lo persigue sin tregua hasta acorrarlo en un callejón sin salida. Una pesadilla que él, Stephen King, interpreta como señal inequívoca para comenzar un nuevo libro que a todas luces será un best seller.
Me sentía feliz porque como Stephen King evocando a su hombre sin rostro de la pesadilla me veía yo explicando lo de Cefe, porque me imaginaba ya escritor de exitazos luego llevados al cine, aposentado en mi caseta de la Feria del Libro firmando ejemplares sonriente entre los puestos de Pérez Reverte y Fernando Sánchez Dragó o tomando posesión al fin del sillón B mayúscula de la Real Academia de la Lengua.
Imaginaba a Cefe como mensajero del cielo y portador de la Buena Nueva y estuve colocando su nombre evocador en mis frases como origen y fuente de la fama en conferencias internacionales, entrevistas televisivas, coloquios radiofónicos y, como culmen, en mi discurso de aceptación del Premio Nobel en la muy ilustre ciudad de Estocolmo con el respaldo caluroso de sus majestades los Reyes.
Después, al bajar de las nubes, me daba cuenta de que había soñado con Cefe porque la noche había sido una noche de jueves y me había acostado preocupado porque no había terminado las tablas y porque aún tenía fresco un episodio del domingo anterior, en que Cefe intentaba sin lograrlo a la primera entre la tercera y la cuarta obligar a los cabalgantes a que sacaran a sus cabalgados al verde fresco y pintón.
Ceferino Carrasco ya montaba poco en la temporada que precedió al cerrojazo de 1996, en que compaginaba su función de jockey con sus funciones de preparador y (perdonadme si me falla la memoria, que no tengo hemerotecas turfísticas en la zona) creo que su última victoria la consiguió conduciendo a Salvaje. O ya no sé si me estoy confundiendo con una llegada en la que entre los dos primeros había estado Salvaje; una llegada en la que entre los dos primeros había estado Salvaje y cuyo resultado final había sido el que fue según el veredicto de las voces más preclaras porque Cefe había permitido generoso el triunfo de su hijo Óscar.
No recuerdo a Cefe propinando palizas furibundas a ningún caballo, y ni siquiera lo recuerdo propinando palizas suaves (si se me permite la contradicción). Es más, no recuerdo apenas fustazos de Ceferino a los caballos y sí, en cambio, lo recuerdo mostrándoles la fusta, algo que no alcanzo a rememorar ni esforzándome en ningún otro (¿quizá Cañizo?) de la época y que, en algunos o en la mayoría de los casos, que eso va en opiniones, puede resultar más contundente.
A mediados de los ochenta, en un tiempo en que los contratos de trabajo y los salarios y los peculios formaban parte de mi nebuloso futuro (aunque confieso que también hoy todo lo referido a la economía y al
derecho me causa mucho sopor mental y forma parte de mi nebuloso futuro), en mi ingenuidad soberana y tras haber escuchado a Ceferino decir al difunto Daniel Vindel en una interviu para Al Galope que si no ganaba dos o tres carreritas por día estaba perdido, suponía yo que los jockeys y sus familias se mantenían gracias al diez por ciento de lo conseguido en victorias y colocaciones en las carreras en las que participaban.
De esta manera sufría sobremanera por Cefe. No pocas veces he contado que si bien mi afición se la debo a mis ancestros el incremento de la afición se la debo en buena medida a personas como Ceferino, y yo, que bien pudiera comenzar ahora la lista de mis defectos para terminar de enumerarlos el 13 de Agosto sin pausas para respirar, como admirador número uno de Cefe, las pasaba canutas regresando a mi casa los domingos de anochecida haciéndome mis cábalas acerca de cómo habría de ser posible que Ceferino y los suyos lograsen subsistir una semana más con las treinta mil pesetas obtenidas por el segundo puesto de Beltsy y el cuarto de Abetos o con las veinticinco mil por el primero de Villablanca o con las diez mil con el tercero de Júpiter del Premio San Damián reservado para potros nacionales enteros o castrados que correrán con los pesos y montas que figuran en el programa.
No sé si Ceferino era el tercero en discordia o el cuarto. A mi bisabuelo Antonio, que era un caballero, le encantaba Carudel, el Alma de la Fiesta, y a mi padre le pirraba el Román Martín aguerrido y luchador, pero para mí el mejor era Ceferino. Por ello, mi tarde de gloria mayor fue cuando Ceferino batió a Reid en la línea de meta tras una recta final de las que sólo se viven una vez.
No recuerdo qué premio gordo se iba a celebrar durante aquella jornada, pero debía ser uno de los gordos gordos porque a La Zarzuela se había desplazado John Andrew Reid para la ocasión.
Reid, que había sido fichado por Jose Luis Pérez del Amo para montar a sus pupilos en las carreras estelares, es un ganador del Derby de Epsom, del King George y del Arco de Triunfo, y aquella tarde de mi gloria mayor se subió a Van Mac Vent para hacerse con el botín de la cuarta.
Los doscientos metros finales fueron épicos. John Reid peleaba como un cosaco por cruzar en primer lugar el poste de llegada y Ceferino, que venía como un tiro por el exterior a bordo de Phlipp, un moreno propiedad de una cuadra de cuyo nombre no puedo acordarme pero cuya chaquetilla era de color azul marino, no se quedaba corto por cuanto a bríos y empujones.
Todos lucharon como espartanos. Phlipp y Van Mac Vent, Reid y Ceferino. Y cuando parecía que el irlandés se iba a llevar definitivamente el gato al agua, Ceferino, en un acceso de furia española, sacó de Phlipp lo necesario para que el triunfo se quedara de su lado y yo pudiese sumar así el diez por ciento que le tocaba de la victoria a su saldo para los gastos de la semana que al día siguiente habría de comenzar.
Me he enterado no ha mucho de que Ceferino anda jorobado, y esta mañana unos amigos me han dicho que la cosa era de pulmones.
Desde mi anonimato pícaro y esquivo en no pocas ocasiones durante no pocas de las jornadas de las temporadas que desde la reapertura han sido le he espetado al flaco un "vamos, Cefe" que nunca se ha quedado sin una respuesta agradecida. Y ahora lo pienso y sonrío, porque mis "vamos, Cefe" han sido unos "vamos, Cefe" surgidos impersonales desde una multitud sin rostro, como el hombre de la pesadilla de Stephen King, y el "vamos" de Cefe ha sido un "vamos" sin destinatario claro y mirando a una multitud sin rostro aunque tratando de encontrar en esa multitud una cara conocida. Lo siento, Cefe.
El tiempo pasa, y yo me estoy quedando sin héroes.
Es verdad que siguen volviendo las oscuras golondrinas, pero también que no vuelven las que aprendieron nuestros nombres. Y es verdad que las tupidas madreselvas abren de nuevo a la tarde sus flores aún más hermosas, pero que no vuelven aquellas que se cuajaban de rocío.
Imagino que para los más jóvenes de entre nosotros no habrá una generación de jockeys como la actual, pero estoy seguro de que los que no somos tan jóvenes nunca disfrutaremos tanto por muchos años que nos queden como disfrutamos con aquellas contiendas entre Medina, Claudio, Román, Paulino, Floro o Cefe, que siguen siendo allí donde estén los héroes que me quedan.
Yo ahora espero a Cefe, que para mí era el mejor, para el 30 de Marzo. Y espero que vuelva a pelearse con los cabalgantes jóvenes porque éstos se decidan de una vez a sacar a sus cabalgados al verde fresco y pintón.
Lo espero para que él vuelva a soplar el silbato risueño dando la orden perentoria de montar y para que organice los paseíllos.
Para pensar que de mi época grande siguen quedando cosas o para que mi corazón despierte de su profundo sueño.
¡¡Vamos, Cefe!!
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LORGOT
Registrado: 30 Nov 2006
MensajePublicado: Dom Mar 02, 2008 6:41 pm    Asunto:  

Después de esto, hasta decir "qué grande, Leonard", quedaría como una vulgaridad de tal tamaño que daría verguenza. Pero creo que Ceferino merece todo el apoyo de los aficionados en momentos difíciles, y sé que si te leyera, derramaría una lágrima de orgullo, la lágrima de un tipo bueno y trabajador al que desde el anonimato se le reconocen los enormes méritos que atesoró.

Y me gustaría recordar una anécdota que de niño me sucedió con Cefe. Era yo tan niño que aún había sitio en el Hipódromo para el recinto de General, el que se atravesaba en las también añoradas carreras de steeple chase, en las que a veces, corría un fenómeno llamado Amontillado, que era entrenado por su padre, un hombrecillo andaluz entrañable llamado Ceferino Carrasco Ñolo (menudo apellido, Ñolo).

Al salir del hipódromo con mis hermanos, tras la disputa de la carrera principal, corriendo para poder ver la última carrera en el recinto de Preferencia que en la última carrera celebraba "momento de puertas abiertas" (el mismo nombre del momento en que Caracola pilló a los aficionados en su tiempo, cambiando puertas por piernas: Momento de piernas abiertas), teníamos que atravesar la pista de arena a la altura de la curva de las Perdices de arena (sin peligro) y la pista de verde por donde pasaban los caballos que habían de correr en la última prueba.

Quiso el destino que la carrera fuera de 1400 a 1800 metros, y los caballos participantes que quedaban a las órdenes del Juez de Salida hubieron de marchar hacia los cajones situados en la recta de enfrente y por tanto pasaban por este punto de cruce (danger!!!).

Y quiso el destino o quien lo maneje (no Bush, no... Dios o los Ángeles o los Arcángeles), que coincidiéramos en el tiempo y en el espacio, mis dos hermanos y yo, con el caballo montado por Cefe y por el propio Cefe que se encontraba encima de él... En mi infancia tampoco era yo muy listo; cuestión ésta que se he agrandado con el tiempo, y no me dí cuenta de que se nos venía encima al trote. Posiblemente comentara con mis hermanos lo guapo era Bariloche o que una niña de trenzas me había mirado a la vez que sacaba la lengua tintada en bermellón, en modo insultante.

El caso es que Ceferino, al trote, majestuoso y elegante, atlético (de Madrid, cómo estuvo... ese Kuhn) y eficaz, ese Cefe decía, con voz calmda nos dijo: "Niños, queréis ir a tomar por saco?, coones de niños (sin decir salut coones, solo coones)". Acojonaos, dimos paso atrás rápidamente hacia la pista de arena, la que nos llenaba las botas de Segarra de fina arena que descargábamos en la entrada de casa provocando el delirio de mi santa madre (iglesia). Mis hermanos y yo nos conjuramos contra Cefe y decidimos (cómo estaba el patio, amigos), no volver a postar a caballo alguno montado por él.

Debió durar poco esta conjura de sangre, ya que el siguiente domingo (por la mañana: sí, había caballos por la mañana en otros tiempos), montaba a alguno de nuestros caballos favoritos (quizás el Tormento del Antonio Blasco) y apostamos fervorosos hacia él. Y al ganar, nadie se acordaba de adónde nos había mandado el bueno de Cefe.

Cefe era de los grandes y sigue siéndolo. No hay más que verle ordenar el paseillo de las carreras antes de los Grandes Premios: orden y disciplina.

Vaya Cefe! Aúpa Cefe! Vamos Cefe!. Esos jodíos pulmones oe´!
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