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EMPEÑARSE EN VIVIR
Autor Mensaje
Tusitala



Registrado: 05 Sep 2009

Publicado: Mar Sep 08, 2009 6:57 am    Asunto: EMPEÑARSE EN VIVIR  

El Poeta se ha empecinado en vivir más allá de lo razonable. Una vez, sabedor quizá de la carga premonitoria de sus palabras, me lo avisó Juan Campos:
-El Poeta durará lo que dure el mundo. Como el Puente de Alcántara.
Yo pensé que era otra de sus tantas bromas. Si Juan Campos se convirtió en una de las personas más queridas del Hipódromo fue, sin ninguna duda, por su capacidad para bromear. También por su humildad, sí.
-Se ha ganado el derecho a ser eterno. Nadie se lo merece más que él.
El Poeta se hizo millones de kilómetros, y hubo pocos caballos que, corriendo tanto, resultasen a la larga tan honrados. Y es posible que a El Poeta lo admirásemos todos, pero si cuando competía todos lo admirábamos a muchos nos enganchó aún más cuando una tarde, en San Sebastián, se negó a transportar a Pallarés en el Steeple en el que sólo pudo quedar uno. Que tamaña prueba de personalidad también era cosa de un alto espíritu.
Luego, El Poeta, poco a poco, dejó de ser uno más en las carreras de vallas.
Fue en Diciembre cuando volvía a recordar las palabras de Juan Campos, un sábado, después de hacer la compra para la semana.
En el límite de una pradera que hay cerca del pueblo, lo anunciaba sin adornos un cartelito:
“Vean al caballo inmortal”.
Desde luego, esa mañana de sábado, aun con la memoria del aviso de Juan Campos, me parecía imposible creer el cartelito. El sábado siguiente, en cambio, tras una semana de no saber olvidar la imagen del caballo intentando calentarse al tibio sol, tumbado, con el costillar a flor de piel y la enorme cola esparcida sobre la hierba, me acercaba a hablar con el hombre de la casa aledaña.
-No es mío, ¿sabe usted? –me dijo-. Puede que en otro tiempo sí lo tomase como una propiedad personal, cuando me lo encontré persiguiendo a las palomas con un trotecillo alegre. Pero de esto hace más de dieciocho años.
Y terminó, sombrío:
-Lo que ahora me preocupa realmente es no tener a quién dejárselo cuando yo falte, a tantos kilómetros de tanta gente.
Después, solo frente al caballo, que estaba tieso como un poste, yo lo reconocía de inmediato: era El Poeta. Con su barba venerable, blanco como la luna blanca.
El hombre me había explicado que lo llamaba Lino, pero que imaginaba que antes había tenido otros nombres. Calculaba que por la época en que lo había descubierto el caballo contaba con diez o doce años de edad, y que entonces aparentaba estar más ajado. Yo, con las negrísimas pupilas del animal fijas en mis pupilas, lo tentaba con su nombre de guerra:
-Poeta…
Atónito todavía, en el coche, ya de regreso, pensaba en las frases que me había dirigido el hombre de la casa, justo antes de despedirse, tras anunciarle que Lino había sido el primer caballo al que me subía yo en el Hipódromo de La Zarzuela, allá en los remotos ochenta, cuando se le presentaba como El Poeta.
-No sé por qué ha vivido tanto. Supongo que cuando tuvo hambre encontró quien le diera de comer y que cuando se hizo daño hubo quien lo quiso sanar. Y supongo que el que no lo pudo socorrer tampoco se entretuvo arrojándole una piedra.

Dicen algunos, de un tiempo a esta parte, que La Zarzuela agoniza. Que no hay proyecto bastante, que no hay esperanza de futuro, que cada jornada significa una pérdida de miles de euros, que mantener a los caballos en Madrid es prohibitivo.
Se habla de entrenadores evadidos, de lotes escasos, de premios irrisorios. Hay quien, incluso, adivina semejanzas entre el Duelo a Garrotazos y los recientes e infaustos incidentes en La Cenia. Y quien a la manera de Ubertino en El Nombre de la Rosa aconseja no desaprovechar las últimas doce jornadas.
Yo, sin embargo, ignorante de cargos y de tejemanejes, prefiero pensar en El Poeta, asoleando sus huesos de gladiador viejo entre las margaritas de la pradera. Y en el entendimiento de que lo que antes era la alegre y unida familia del Turf ahora no es más que un hatajo de primos lejanos mal avenidos, habitantes de una Babel ensordecedora, me ha dado por concluir que es el momento propicio para que el que sepa abrillantar este tinglado, que alivió en posadas aldeanas el cansancio de los trajinantes y embobó en las plazas de humildes lugares a los simples villanos, que lo haga, el momento adecuado para que el que pueda dirigir, dirija, y el momento más idóneo para guardarse todas las piedras arrojadizas: quizá así nos ganemos el derecho a ser eternos.
Que sería alucinante que se afirmase por las calles que las Carreras en La Zarzuela durarán lo que dure el mundo.
Como El Poeta.
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