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Y los dioses retornaron al Valle de Oria
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Almazy



Registrado: 29 Nov 2006

Publicado: Mie Ago 12, 2009 11:01 pm    Asunto: Y los dioses retornaron al Valle de Oria (I)  

Y LOS DIOSES RETORNARON AL VALLE DEL ORIA

(Fantasía literaria con motivo de la celebración de esta grandiosa Copa de Oro)

I

Hubo un tiempo, que unos llaman Pasado Glorioso y otros Edad de la Inocencia, en que los dioses habitaban el Valle del Oria. Un día se reunieron en cónclave los alquimistas del valle y sentenciaron que el fervor de los nativos hacia el dios Equus contenía el llamado oro de los alquimistas. Su amor a Equus es inocente y apasionado amor de niño- dijeron los alquimistas, convendría instaurar una fiesta de celebración.

Sucedió entonces que los dioses del valle, con sus demiúrgicos atributos, fueron recogiendo una por una, flotando entre los vientos, de entre las hierbas de los prados, en las pobladas tribunas, junto a las cuadras, una por una, las pepitas del llamado oro de los alquimistas, hasta dar forma a un áureo grial. Una vez forjado los dioses sentenciaron: Se llamará Copa de Oro y los ritos de celebración sucederán el día de la Diosa Virgen.

La celebración de la Copa de Oro, desde el primer día, tuvo un extraordinario éxito entre los nativos del valle. Muchos se retorcían insomnes en su lecho durante las interminables vísperas, febriles se abandonaban a la repetida ensoñación de las batallas que habrían de sucederse en la senda final. En las tabernas los nativos se enzarzaban en incesantes disquisiciones, como de rabino que escruta en los renglones del libro sagrado las voluntades del innombrable dios Yaveh.

Gigantescas, de interminables leguas, eran las colas de los carros que acudían a la celebración de la Copa de Oro, bloqueando todas las carreteras y los caminos, alterando los ya extenuados nervios de los fieles en procesión. Las tribunas se convertían en inauditas latas de fervorosas, apasionadas sardinas, muchas de las cuales, las de menguado tamaño, acababan por perderse el idolatrado espectáculo, pese a los denodados esfuerzos de sus tobillos por convertirse en bailarinas de ballet.

Cuando terminado el combate el equus triunfador regresaba al círculo de coronación, las ovaciones se eternizaban, durante minutos y más minutos el circo se transformaba en clamoroso final de ópera wagneriana. Las ovaciones, increíblemente obstinadas, buscaban la imposible eternización de aquella memorable batalla recién acaecida a lo largo de la senda final. Pero las ovaciones llegaban hasta los dioses de Valle que, conmovidos, comentaban: “Grande es el devoto fervor del turfista nativo hispano y su hermano el vascón. Que el tiempo guarde su arte de la ovación”.

Fue en el año de mil novecientos setenta y uno, tercero de la Celebración, cuando se vio a un niño, de nombre Eduardo, llorando desconsoladamente en la tribuna, recién concluida la batalla de la senda final. ¿Qué le pasa a ese niño, estará perdido?- preguntó uno de los anónimos alquimistas. Es que ha ganado Terborch, su primer campeón. El niño está roto de felicidad y llora, tal es su pasión por nuestro dios Equus que hasta los dioses del Valle parecen conmovidos. Y así fue, ya que los dioses sentenciaron: “Llegará un oscuro dia en que nosotros los dioses de Valle viviremos desterrados, en lejano exilio. Cientos de lunas durará el destierro, hasta que, conmovidos por las oscuras guerras turfistas de los antaño bienamados nativos, retornaremos al valle. Este niño, al que apelaremos con el arábigo nombre de Al Massí, El Desterrado, será, dentro de cuatrocientas y veinte lunas, quien relate el retorno de nosotros los dioses al Valle del Oria.

Durante los tiempos del Calife d’Or y del King Cobra, los últimos dioses que quedaban en el valle huyeron, y entonces comenzó la tiranía del demonio Sarasolo, del que los alquimistas decían ser el mismísimo Abadón el Exterminador. Bajo el terror Sarasolo se inició la larga Travesía del Desierto, encabezada por Julius Díez, descendiente por línea materna del santo Job según numerosos genealogistas, y los 700 últimos fieles a Equus. Nómadas acantonados en los reductos andalusís de Mijas y Pineda y un pequeño, irreconocible y ateísta Valle del Oria, Julius Díez y los 700 malvivieron la larga travesía del desierto.

A la reconstrucción y reapertura del templo Zarzuelo en la capital del reino siguieron largas guerras civiles entre los devotos de Equus, hasta el punto de que muchos orates anunciaban el catastrófico retorno de los tiempos de Abadon el Exterminador y la consiguiente destrucción del templo Zarzuelo. Los adeptos a la herejía afrancesada, cuyo mayor valedor era Txirritus Analiticus, llegaban a afirmar que los caballos españoles no eran hijos de Equus, y lo decían con la misma convicción con que en siglos pretéritos los sacerdotes del Imperio dictaminaban ser los negros seres inferiores carentes de alma. Se dice que hasta el mismísimo Al Massí llegó a caer en la herejía afrancesada, y que una tarde, señalando con el dedo a Gwendolina blasfemó: Tiene valeur V en Francia, por lo tanto no es hija de Equus ¡Me niego a verla galopar!.

Los alquimistas pronto comprendieron que la herejía afrancesada había calado hondo y que amenazaba con destruir de raíz el culto al Equus Hispanico. Incesantes fueron sus plegarias a los dioses y con piadosa devoción rogaban su retorno al Valle del Oria. Lo que no sabían los alquimistas era que los dioses habían escuchado sus plegarias y que ya eran 36 las lunas que llevaban trabajando en su ceremonia de retorno.


Los demiurgos trabajan entre las esferas celestes

Y dijo el demiurgo: “¡Hágase Faramir! Y nació Faramir”. Negro zaíno él, fuerte y poderoso pero elegante, Faramir es como los caballos de aquellos cuadros decimonónicos que amueblaban los añejos salones de los geltilhombres británicos. Como aquellos caballos ahora ya legendarios, Faramir nació para las grandes distancias, para las galopadas interminables por los campos, carreras que en la Gran Bretaña las llaman Desde aquí hasta Allá, point to point, desde la abadía de Gloucester hasta la posada de los Woodhouse, van 50 libras y una cena, paga el perdedor. Faramir ha heredado el poderío de su padre, Celtic Swing, que en su día, todavía tierno juvenil, dejó boquiabierta a Europa arrasando por doce cuerpos el clásico Racing Post Trophy, cita cumbre para los futuros caballos de la distancia clásica.

Faramir es la debilidad el cronista Al Massí, negro zaíno de impresionante trapío, cuando aparece en el paddock su estampa le recuerda a sus queridos toros de lidia, aquellos toros en los que se refugió en los años del terror Sarasolo. Como los toros de lidia, cuando Faramir sale al paddock, es como si dijera: “Soy macho dominante y bello, aquel que intente poner en entredicho mi hegemonía, tendrá que sufrir en sus carnes los límites de la agonía”

Y dijo el demiurgo: “Nacido eres Faramir, te he creado con el barro de Permor e Indian Prince. Sí, Permor, aquel gran fondista que usaba la cuadra Rosales para ablandar las patas y robar el aire de los pulmones enemigos en las grandes clásicas nacionales. Es frecuente destino de los fondistas trabajar de mayordomo de las clases más altas. El pobre Permor, cuando le dejaron sólo destrozó a sus rivales en el Corpa y Gladiateur. Pero que no se te olvide que también eres de la estirpe de Indian Prince, que ahogó a sus rivales de principio a fin en la decimoquinta edición de la Copa de ésta nuestra Celebración, para después batirse con gloria en los mismos escenarios parisinos que tu hermano de armas Bannaby. Bello Faramir, hazlos saborear la agonía y puede que por la noche bebas el agua de los grandes campeones para ti depositada en el áureo grial”

(continuará)
Almazy



Registrado: 29 Nov 2006

Publicado: Jue Ago 13, 2009 11:11 pm    Asunto: Y los dioses retornaron al Valle de Oria (II)  

II
Y dijo el demiurgo: “¡Hágase Newango! Y fue Newango. Pequeño, prieto, su piel con brillo oscuro de castaña, Newango camina como ensimismado. Tal vez le pesa la dura carga de su destino. La noche en que nació las tres parcas al unísono cantaron el oráculo: “Newango ha nacido para acabar con el imperio del Tigre franco- teutónico”.

Cuando de potrillo Newango siempre se escapaba a buscar palos enterrados en el lodazal de la laguna, de allí salía con el morro negro y ostentando su preciado trofeo. Parece perro decía un mozo, perro no, jabato, respondía otro. En el cielo un demiurgo sonreía mientras pensaba: El pequeño Newango no lo sabe, pero en sus amados palos he insuflado el poder del seco acero del los hashissins, los magnicidas que entrenara el Viejo de la Montaña en el castillo de Alamut.

Un día, estando en el prado, Newango se quedó mirando fijamente a un árbol y oyó la voz de otro demiurgo que sentenció: Newango, tú serás pescador de aficionados, tu misión es extender el culto al Equus Hispánico. Y así fue que ya de joven salía al paddock Newango como ensimismado, dudaba de sí mismo, aplastado por el enorme fardo de su destino. Tardó mucho Newango en comenzar a ser escuchado. Se dice que fue allá por el Finisterre donde un tal Orígenes, gran beato del Equus Hispánico, profetizó: Newango será un gran caballo.

Pasaron los meses, pasaron los años y Newango fue conquistando más adeptos a su causa. Eran ya los tiempos en que la herejía afrancesada triunfaba, y los dioses encargaron a su patrón, don Mauricio el Viejo, que enviase a Newango a la Galia, para intentar convencer a un buen puñado de heresiarcas de que volvieran a la madre fe del Equus Hispanicus. Y allí se fue Newango, al circo de Le Bouscat. Pillole Newango a Txirritus Analiticus, de segundo apellido Glotón, sentado frente a la pantalla equidia y comiéndose un merluzón. En la senda final apareció Newango con su saetazo y quedóse atónito Txirritus, su papada temblante repetía: impresionante remate del negro, impresionante remate del negro… y frente a verdaderos hijos de Equus

Pero los motivos religiosos, como tantas veces, habían sido la tapadera de otros fines ocultos, y es que el demiurgo quería que Newango conociese sobre el terreno a su víctima, el Tigre franco-teutónico y así le habló: “Newango: quiero que vigiles de cerca al Tigre, observa su manera de correr, busca sus puntos débiles y recuerda que el día de la Gran Celebración tendrás que disparar tu saetazo justo antes del poste final. Si lo consigues los muros de las tribunas temblarán, las vallas caerán, las multitudes te aclamarán y hasta a don Mauricio el Viejo harás llorar, y como si del Anillo de los Nibelungos fuese el final ya por siempre serás Newango, rey de reyes.”


Y dijo el demiurgo: “¡Sea Shumook!”. Y fue Shumook. Con Shumook podemos decir que, como en todo, en el principio fue el verbo. Shumook es un nombre procedente del árabe, al shuma, la comprensión, más el sufijo negativo -ogh- transformado en la forma anglicista ook por contaminación lingüística anglosajona. Shumook traducido a la lengua catellana significa El Incomprendido.

Habla Shumook: “Soy el príncipe Shumook, el Incomprendido, hijo y hermano de majestuosas princesas de largo aliento, criado por infinitamente ricos príncipes de oriente, la real familia de los Maktoum al Maktoum que residen en sus palacios salidos como de cuento petrolífico de los mil y un millones de barriles. Soy un príncipe caído desde mi juventud en las manos plebeyas del británico Jarvis, que sucumbió al espejismo de mi real velocidad y me creyó millero, cuando mis pulmones son los pulmones de mi madre, duquesa de Marcel Bussac, reina del las 1000 Guineas de Newmarket y real soberana de los Oaks de los Epsom Fields. El plebeyo Jarvis, no sólo no me amaba sino que me despreciaba, y acabó por venderme a unos hispanos, habitantes de nuestro antiguo reino de Al Madrit. Teo d’Oro de la Calle es el nombre de mi comprador, hombre de férrea disciplina pero también cariñoso conmigo cuando sus humores eran benignos. Durante largos meses Teo d’Oro siguió las indicaciones del plebeyo Jarvis, pero poco a poco fue dándose cuenta de que yo podía haber sido víctima de un gran error, comprendió que cuando imponía mi propio ritmo parecía no cansarme fuera cual fuesa la distancia, e incluso me convertía en muchísimo más veloz. Y así fue que hasta los seis años –¡Oh, cuantos años de largo calvario, de soledad, de incompresión he vivido yo, el príncipe Shumook, hijo de la reina Midway Lady- en un desconocido circo que llaman del Valle del Oria, probaron a desplegar mi aliento sobre dos estrechas curvas de las que salí victorioso y con mi moral enormemente reforzada. No veo la hora de volver a salir a ese para mí mágico circo y hacerme justicia, una justicia por tantos años aplazada.

En el principio fue el verbo y las crónicas escribirán que fue Teo d’Oro de la Calle, -del latin Dios del Oro- quien me dará de beber el agua en el dorado grial que los nativos del Valle adoran, y que exige mi condición de príncipe de la real familia de los Maktoum al Maktoum. Y es que ya veo a mi leal don Francisco Jiménez, caballero de la orden de don Alonso Quijano, que me adora y es quien mejor me comprende, ya lo veo por la noche ebrio de champagne poniéndose el dorado grial en la cabeza a modo de jofaina, como solía su protector el ilustre caballero de La Mancha.


Y dijo el demiurgo: “Venga al mundo Young Tiger” Y sin embargo en vez de venir Young Tiger sucedió que se oscurecieron los cielos, se cargaron de electricidad y explotó una gran tormenta. Y en medio de la tormenta surgió el dios Hermes, rey de los mundos del más allá donde dicen que renacen las almas al morir, y patrón de las encrucijadas en donde se labran los destinos humanos. Y entonces Hermes habló: Nazca Young Tiger, mi protegido, y que enseñe al mundo el infinito proceso de la muerte y resurrección.

Todavía impregnado de los pegajosos jugos maternos, titubeante en el pesebre, acercóse el doctor para acariciarlo y el potrillo le soltó un mordisco que por poco se le llevó medio dedo ¡Me cagoen el nene de Tiger Hill y la madre que lo parió! Grito el herido doctor, que fue quien a la postre lo bautizó.

Young Tiger, hijo del germano Tiger Hill y de la irlandesa Youngolina, de la muy rica casa de los comerciantes Wertheimer &Frere, aunque muy respetado en Francia había sido en España donde ha forjado su leyenda. Fue en la piel de toro, que antaño tuvo una mitología de país de ascetas y de filósofos esencialistas, donde la verdad de El Tigre había sido comprendida. Hasta tres veces el Tigre amaneció cojo con el tendón herido, y maltrecho tuvo que acudir a las norteñas playas donde habita el brujo llamado Remolina, que lo llaman así porque dicen cura a los caballos paseándolos metidos en el agua del mar Cantábrico, masajeando durante largas horas sus desgarrados músculos con los remolinos que forman las olas de este bravo y frío mar. Hasta tres veces llegó el Tigre a la casa del Remolina, dolorido, deprimido, hundido. ¿Qué será de mi, viejo, cojo y eunuco? – Sí, eunuco, porque el mal carácter que mostró ya de recién nacido acabó por hacerlo intratable a la tierna edad de los dos años, y el doctor dictaminó que había que seccionarle el foco central de sus malos humores, que el vulgo llama los cojones. Young Tiger temblaba deprimido en los prados norteños, particularmente cuando el carnicero de la aldea, apoyado en el seto, le miraba los lomos como calculando cuántos kilos y a cuánto por kilo.

Pero Young Tiger salió de aquel terrible peligro que acechaba su vida y salió hasta tres veces. Su propietario era un mercader catalán, don Javier Gisbet Culé i Eurines, que cada vez que terminaba de hablar con el curandero Remolina se decía así mismo: Paciencia Javier, paciencia, todo va a volver a salir bien, y este caballo tiene como mínimo otros 50.000 escudos franceses en el cuerpo.

A poco estuvo Young Tiger de no viajar al Valle del Oria. La carrera del Valle Suizo era mucho más fácil, sin duda que los 40.000 escudos allí estaban casi medio metidos en la caja fuerte, la determinación era clara hasta el punto que los demiurgos se vieron forzados a meterse en los sueños del señor Gisbert mediante bellas íncubas y súcubas, haciéndole soñar con un torrencial río de monedas de oro que rodaba por la senda final del Valle del Oria, y también soñó que almorzaba en una sidrería en donde servían el jugo de manzana en copas de oro, y hasta las mismísimas taberneras llevaban sostén y bragas tejidas con fino hilo de oro. Al despertar el señor Gisbert inmediatamente llamó a su caballista, el francés Raghut y ordenó: Al Valle del Oro, nos vamos al Valle del Oro, me apetece mucho correr en el Valle del Oro…

Young Tiger, aunque de origen franco-teutón era caballo asimilado a la religión del Equus Hispánico y gozaba de inmenso respeto. Entre sus devotos había un joven catalán, de nombre Especial, que en terrible accidente se le habían roto numerosos tendones y cada vez que veía correr al Tigre sentía curarse, como si fuese el propio Young Tiger sintiendo el chorro benéfico de los remolinos del frío mar Cantábrico. Famosa por su devoción era una familia patricia del reino andalusí, la familia de los Piñar, azotada por gran tragedia al perder sucesivamente a dos de sus hijos, ambos devotísimos del campeón franco-teutónico, y que al ver las increíbles resurrecciones del caballo lloraban melancólicos al pensar en el día en que finalmente se reencontrarían con su bien amada progenie, allí en los jardines del Hades, morada de Hermes, Dios protector del Tigre…

Hablan las parcas: “Oh gran Tigre franco-teutón, tú que abrazaste la religión del Equus Hispánico, cuídate el próximo sábado, que en la batalla de la senda final te espera un terrible mujaidín de la secta de los hashissins. Cuídate oh gran Young Tiger, que viene dispuesto a mandarte al Hades de tu protector, el Hermes de la noche, cuídate Tigre, que todos van a por ti… cuídate tigre que don Mauricio el Viejo quiere ya retirarse a su castillo de Alamut… cuídate bravo emperador franco –teutón…
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