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NO ME HABÍA DADO CUENTA
Autor Mensaje
RUN ALICE RUN
Registrado: 06 Jun 2008
postPublicado: Mie Jul 16, 2008 7:26 am    Asunto: NO ME HABÍA DADO CUENTA  

Y no sabes cómo vas a sufrir; y sólo piensas en que eres el propietario de un caballo; que has cumplido uno de tus sueños; el sueño de cualquier aficionado, de cualquier amante a las carreras de potrillos; y pasas de ser “uno de ésos” que aparece los domingos en el hipódromo, con el único afán de divertirse con las carreras de caballos, de apostar unos durillos, de ver correr a tus favoritos, de disfrutar del ambiente en general, a transformarte en “uno de aquéllos” que comienza a ver la vida hípica a través de otra perspectiva, de tus propios ojos y de los de tu caballo, de tu amigo el caballo, de tu compañero, de tu socio… de tu hijo.

Y aunque has preparado con ilusión la carrera con el preparador y sus ayudantes, le has visitado con excesiva frecuencia para ver si algún problemilla detiene su progresión, retrasa su carrera, para ver si adelgaza o engorda, si el pelo le luce lustroso o por el contrario, apagado, si come o no come, si mea o no mea, si renquea o se encuentra fino y ajustado para correr, cuando llega el momento de salir al paddock no disfrutas, sino que comienza el particular "vía crucis": la preocupación se apodera de uno, que no lo manifiesta a los demás, y comienzas a temer por todo lo que a tu alrededor, y sobre todo, alrededor del caballo, va sucediendo.

Y ves la carrera y sufres porque el caballo, tu amigo, coge la punta, o porque va encerrado, o porque se ha descolgado, e incluso sufres porque va bien colocado, y luego no tendrás una justificación razonable para una posible mala carreras; y sufres por su esfuerzo, por el calor que hace, porque el jockey le ha empujado o le ha dejado de empujar, porque no sale de los cajones o porque sale excesivamente fogoso, o porque el día es caluroso, o porque llueve, o porque hay mosquitos, moscas o parásitos de amplio historial filogenético.

Y no ves la carrera, la sufres, la padeces… y cuando ha terminado y has comprobado que el jinete le ha dado tres fustazos para enderezarle y otros dos para apoyarle el remate, como has visto, e incluso jaleado en otras carreras, te acuerdas de los progenitores del subsodicho y sales como un cohete para recibirle en el pasillo de salidas y entradas, y ves cómo suda, y cómo la respiración se le vuelve entrecortada y cómo te mira con los ojillos tristes como diciéndote “he hecho lo que he podido, no he podido hacerlo mejor”, y tú le miras con amor, con respeto y cariño, y con la mirada le das las gracias y piensas en no volverle a correr más, en buscarle un refugio para que disfrute de placentera vida y para devolverle lo que te ha dado…

Y te olvidas del resto de la jornada; vas a su cuadra, le ves en el box, ves cómo intenta recuperarse del animal esfuerzo, como poco a poco, recupera el ritmo respiratorio, cómo te mira entre agradecido porque estés a su lado y asustado por no saber si lo ha hecho bien, si ha cumplido con tus expectativas… y se te cae el alma al suelo viéndole, ahora tan blando, tan vulnerable…

Y no es lo mismo, ya lo sabéis; no es lo mismo. La visión cambia, ya no ves a los caballos como esos fenómenos que luchan y rematan en una carrera; los ves como antes no los había visto: como seres que lo dan todo por alcanzar la meta; que se esfuerzan de manera sobrenatural, que no miden riesgos y que no ahorran energías… Los ves como dioses inocentes, como el amigo que da todo lo que tiene por ti… ¡Qué grandes son! Eternamente grandes…
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