A Galopar & Turfinternet
Bienvenido al foro de A GALOPAR & TURFINTERNET --- Para registrarse, enviar solicitud por e-mail a joseluis@agalopar.com

EL CAMINO DE LA FELICIDAD
 
Autor Mensaje
Leonard Quercus
Registrado: 13 Dic 2006
MensajePublicado: Vie Abr 11, 2008 10:42 am    Asunto: EL CAMINO DE LA FELICIDAD  

Un domingo de Mayo de 1981 mi hermano se fracturó el húmero y el radio golpeándose el brazo contra los escalones cercanos a la entrada.
Por entonces La Zarzuela vivía una época gloriosa, con Cefe Claudio y Román en plenitud de condiciones y con los Mendoza y los Rosales zumbándose la badana.
Ese domingo remoto mi hermano, que nunca fue un aficionado de pedernal y ni siquiera de sillón, andaba disputando con sus compinches de aventuras una carrera de vallas que había tenido su salida allí donde comenzaban los boxes.
Mi hermano desaparecía en cuanto entrábamos en el recinto. Se juntaba con Enrique, hijo de Enrique, el que estampaba los vasos en los que le servían sus whiskies contra los cristales de las taquillas si se sentía estafado, y no lo volvíamos a ver hasta que daban por megafonía el resultado definitivo de la última: a dónde iban y a qué se dedicaban sigue siendo uno de los misterios más inextricables en la historia de la familia.
Yo recuerdo luego a mi hermano con su escayola de treinta kilos. Recuerdo las firmas de párvulo de nuestros amigos en el yeso y el componente festivo que le encontramos a la peripecia a partir del martes, cuando mi hermano regresó del Hospital General Francisco Franco, en donde estuvo ingresado.
Mi hermano dejó de acudir a La Zarzuela a mediados de los ochenta. Había descubierto a las chicas y para él era mucho más interesante pasar una tarde con las de nuestra pandilla que una tarde con Habit, Cancún, Pharisimoa, Lord Owen o Le Dorat.
En La Zarzuela, no obstante, continuábamos disfrutando de grandes espectáculos para cuando mi hermano dejó de venir. Las banderas con los colores de las cuadras más emblemáticas ondeaban orgullosas los días de premios gordos, Risueña´s Witch permanecía impertérrito junto a los monitores de Preferencia repasando sin pausa sus fajos de apuestas y el padre de Chema se hacía de oro a costa de los duritos que me dejaba a deber si yo me acercaba osado a cobrar en su puesto.
La gente de La Zarzuela a mediados de los ochenta se dividía en dos clases: los que se quejaban de todo y los que de nada se quejaban.
Había quien rezongaba a voz en cuello que el olor a pis en los baños era tan sólido como la loza de las paredes y quienes se hubieran cenado un buen plato de cocido sentados como apaches sobre las frescas baldosas de aquel suelo inmaculado.
Había quien sólo miraba los errores de ortografía en las pancartas de El Platanito y quien se moría de risa con el lado folclórico del asunto.
Había quien aceptaba condescendiente los ratos menos certeros de Cristóbal Medina y quien se desgañitaba en cambio llamándolo pirata.
Estaba Elías, que sigue estando, y vociferaba viendo las repeticiones con su voz de trueno que esto es una mafia, señores, y estaban los que se agarraban tranquilos para explicar lo inexplicable a lo de las Gloriosas Incertidumbres del Turf.
Estaban los que desde sus escaños de Tribuna se lamentaban con amargura de no ver a la perfección la conclusión de las carreras y estaba Pablo, que no hubiera cambiado su abono ni por el palco de Su Majestad ya que según él desde los asientos de Tribuna era desde donde mejor se apreciaba el arranque de los caballos.
Había quien veía problemas y quien veía oportunidades, quien veía jamelgos y quien veía hipotéticos o futuros vallistas, quien veía rosas y quien veía espinas y quien, dedicándose en todo momento a buscar la sombra, no caía en la cuenta de que permanentemente lucía el sol.
Había, en definitiva, quien estampaba vasos contra los cristales de las taquillas de apuestas y quien se volvía a casa contento porque a la semana siguiente quedarían aún probabilidades para hacerse millonario y habría seguro quien gruñese porque las condenadas banderas de las cuadras más emblemáticas no les permitieran ver con los prismáticos toda la recta de enfrente. Y seguro que habría quien vería nada más que colores dichosos flameando al viento.
La gente de La Zarzuela a mediados de los ochenta se dividía, como nosotros, entre los que se quejaban de todo y los que se alegraban por mucho.
El tiempo pasa. El tiempo pasa y las personas seguimos reparando en que el mundo nos devuelve como un espejo la imagen que nosotros le proyectamos al mundo.
Los hombres y las mujeres optimistas continúan sin deprimirse ni siquiera en los funerales y las mujeres y los hombres desgraciados no logran alegrarse ni siquiera entre payasos. Y es que, ya se sabe, el camino de la felicidad es un camino que va de uno hacia todo lo demás y nunca un camino que va de todo lo demás hacia uno.
Mi hermano, que se ha convertido en un tiarrón al que ahora siguen descubriendo las mujeres, y al que no le queda ninguna secuela en los huesos de su brazo derecho, me preguntaba ayer intrigado y por teléfono cómo estaba el Hipódromo después de tantos años.
Yo, por supuesto, no tuve que dudar un segundo antes de contestar.
Precioso, naturalmente.
_________________
NON NOBIS, DOMINE, NON NOBIS; SED TUO NOMINE DA GLORIAM
Página 1 de 1